lunes, 22 de diciembre de 2014

La visión de El Roto



En El País de hoy viene esta viñeta de El Roto. Soy persona de hábitos antiguos, como leer el periódico en papel o fotografiar la viñeta en lugar de descargarla. Antigua es también la escuela de vida de Andrés Rábago, El Roto. Y sin embargo sus trazos breves, su tinta sobria, sus frases cortas son trallazos, apuntan a lo más hondo y aciertan el disparo, tiene más carga de actualidad que cualquier recurso técnico moderno. Nada más ver la viñeta de hoy me captó, asumí la sentencia, es lo que pienso hace tiempo de estos medios, los blogs.

Cuántos se creyeron al otro lado del espejo, creyeron ser el nuevo periodismo, la nueva crítica, la independencia, la verdad, la pureza. Y no eran más que una sencilla opinión, mejor o peor expresada, sobre un tema que interesa al autor y quién sabe a cuántos más. Porque en el torrente de la facilidad de publicación no es sencillo que se fijen en ti ni es sencillo encontrar una línea que te interese, unos argumentos convincentes y amenos sobre un asunto que te gusta. Claro, un blog puede ser sobre cualquier cosa, algunas trascendentes, pero los que tratan sobre meras aficiones... En fin, quisiera ser tan sobrio como El Roto para plasmar mi ánimo hacia este medio ahora mismo.

Creo que el día que perdimos lo que tenía de tertulia de café, de intercambio de opiniones y sugerencias entre amigos, en confianza, pero hecho en un espacio público y abierto al que pasase por allí con una mínima cortesía, creo que ese día matamos un poco el mayor interés de los blogs. No tengo claro cuándo ni cómo fue, ni siquiera me interesa pensar en ello, sólo toca replantearse a qué dedicar tiempo y mínimo esfuerzo para compartir afición y cambiar impresiones sobre ella.

Y así, rotos, de momento seguimos a la espera, somos pasajeros en tránsito, estamos casi en un no lugar, sin poder definirnos, sin haber llegado a destino.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Asturias y Teruel, minas y museos



Estas líneas recogen más pasado que futuro, más historia que proyectos, más memoria que ilusiones pero eso no les resta valor ni importancia. No a la calidad de lo que yo escriba, claro, sino al contenido al que se refieren. 

Me voy a adelantar para ahorrar tiempo todos. Sé cuánto se puede discutir sobre energía, sé lo limitado de los combustibles fósiles, que se agotan, sé lo contaminante del carbón, sé de su tremendo impacto ecológico. También sé del peculiar entorno de algunas cuencas mineras, de cómo la riqueza temporal las alteró, incluso sé del entramado sindical a su alrededor. Sé todo eso y cuánto puede decirse en contra, sin duda. No rehuyo el debate con esto, sólo lo apunto porque voy a hablar de otra cosa y no quiero que nadie se escude en ninguna de esas razones para ocultar lo demás, lo que hoy me ocupa. Porque hoy quiero hablar de parte de lo que significó y de cómo eso está dentro aún de muchas personas. 

Para la Historia (la ciencia) queda el peso económico de la minería del carbón en su momento y la transformación social que ejerció en cada sitio. Para muchas familias queda otra historia (el relato, el recuerdo) que las ha marcado o todavía hoy las mantiene y condiciona. 


Asturias siente la mina, Asturias es minera. No tengo antecedentes familiares en la minería, sólo un abuelo al que no conocí pero trabajó en las oficinas, no en el pozo. No he bajado a un pozo real nunca. Sin embargo, creo que al igual que casi toda Asturias, llevo el carbón dentro. Aún recuerdo el gravísimo accidente del Nicolasa en 1995. Estaba con un amigo en Oviedo tomando algo sin preocupaciones. De pronto en los bares cambiaron de canal la televisión, buscaban en la radio los que tenían una, todos nos pusimos alerta. ¿Pero qué había pasado, a cuántos había pillado aquello? ¿Quedaba gente dentro? Todos nos rompimos un poco, nos emocionamos, no sabíamos qué decir ni qué hacer... Pero todos queríamos decir y hacer algo, teníamos que decir y hacer algo. Porque la minería del carbón ha marcado tanto nuestra economía, nuestra historia, nuestra vida que hasta los ajenos a ella la sentimos, la compartimos. Cada vez que uno de esos malditos accidentes sucedía -y fueron muchos- la gente cercana corría a ver qué podía hacer, buscaban afectados, consolaban a familias, se acercaban a un pozo donde no iban a poder ayudar pero del que no podían despegarse. Llegaban a poner la venda antes de la herida incluso, maldecían, culpaban a lo divino y lo humano. Lloraban de dolor, de rabia. Sacaban al pequeño héroe que podían llevar dentro, desde la solidaridad más inmediata. Iban a donar sangre al hospital o aplaudían al personal de la Brigada de Salvamento Minero (personal muy capacitado, por cierto), no sabían qué más hacer, todo menos quedar indiferentes.


Seguramente el tiempo del carbón, así, en grandes palabras, ha pasado. Son demasiados los intereses, demasiados y poco nobles, sin intención de darle oportunidad, sin intención de buscarle salida honrosa y práctica. Intereses que no obstante no tienen mayor escrúpulo para aprovechar la importación sin atender a condiciones sociales o ambientales de origen, ningún escrúpulo para apoyar o ignorar proyectos salvajes en otras partes del mundo, ningún escrúpulo para manejar caprichosamente subvenciones poniendo al carbón como excusa. 

Puede que por tanto ya tenga más espacio en los museos, como preservación de un pasado, de una memoria, que en nuestro día a día. Museos muy interesantes que existen en varias zonas mineras. Museos como los de Arnao o Samuño pero sobre todo el MUMI aquí en Asturias. Aprovecho para recomendar la visita y observar con atención lo que nos dicen. 

 
Aunque en Asturias, por su extensión y difusión, por su peso especial en la historia reciente, tenga más presencia, esa minería es significativa en cada cuenca carbonífera donde se practicó. Y tenía una pequeña deuda con Teruel, cuya zona minera visité el verano pasado, cuando me acerqué a Utrillas y al Museo de Escucha. Deuda porque ese museo también tiene mucho que contar y mucho interés pero no tiene tanta difusión o tantas visitas como nuestro MUMI, seguramente. Por eso, igual que animé antes a ver los nuestros a quien esté por Asturias animo a quien esté por Teruel a acercarse a estos y valorarlos.

Hoy no dejan a nuestras minas darnos mucho más, les van quitando peso en nuestra vida, pero no podemos olvidar que durante muchos años y hasta hace bien poco nos calentaron, nos permitieron cocinar, nos dieron de comer. Y hasta forjaron un carácter singular. Todo eso con muchísimo esfuerzo, con trabajo duro. Todo eso en condiciones penosas. Todo eso pésimamente pagado en sus inicios, que los orígenes de la minería no están en los sueldos altos, en los coeficientes reductores, en las prejubilaciones ni en el Pozu Moqueta (1), hay que leer el pasado y no faltar a la verdad. Y lo principal, todo eso -de lo que muchos nos beneficiamos- costó mucha sangre, costó muchas vidas. Así que quiero recordar ese pasado, esos orígenes, tantas luchas por que se reconociese su dignidad y por mejorar sus condiciones. Quiero recordar tantos pequeños pueblos con sus vidas cambiadas, con un antes, un durante y un después de la mina. Pequeños pueblos como Turón, al que se lo debo por raíces familiares, o como Escucha, al que se lo prometí después de aquel viaje. Para que no caigan en el olvido, para que no les demos la espalda, para que no los abandonemos. Porque el carbón tiene otro efecto que no estudian químicos ni ingenieros, hermana, crea vínculos especiales entre quienes le han tenido que pagar un precio tan alto. 

Hoy, festividad de Santa Bárbara, me parece oportuno recordarlo.


(1) Pozu Moqueta es como conocemos en Asturias a las oficinas centrales de HUNOSA.

Todas las fotos corresponden a Escucha y Utrillas (Teruel), al exterior de sus museos mineros.



domingo, 12 de octubre de 2014

Galicia, Santiago, mi casa


Muchas veces asocio mi estilo de vida con que no tengo casa en el sentido de hogar, de sitio que te acoge, donde estás a gusto, con los tuyos. Esa carencia la compenso buscando acomodo en locales públicos que me resulten amables, procurando tener buena relación con quienes los atienden, viajando a lugares que manejo con comodidad, para sentirme en casa, en la casa que no tengo. Y así mi casa estará donde abra la maleta siempre y cuando la abra con confianza. Visto de esta manera, Galicia es cada vez más mi casa.

No me cuesta nada hacer de Santiago esa parada en cuanto tengo algo más de dos días para aposentarme allí y así fue el pasado septiembre, recién estrenado el otoño. Otoño suave, que no quiso lluvia, que regaló todavía un sol tenue, ideal para pasear.

Me sucede muchas veces: planifico el viaje con mucho detalle, pienso dónde ir, dónde comer, dónde beber, a quién puedo ver... y de repente descubro que no he mirado nada de lo que está pasando entonces por allí, de lo que hay de nuevo. Total, que me planté en Santiago en plena Compostela Gastronómica sin saber que era así. 



Aunque casi no participé en actividades programadas me gustó lo que vi desde fuera. El marco del mercado de abastos, el desfile de locales destacados de la ciudad por allí para ofrecer cosas, ponencias sobre distintos temas especializados, etc. Además, varios establecimientos se animaban con sus propias iniciativas y estas figuraban en el programa aunque no fuesen "oficiales". Catas en Vide, vide, Singulario y Gastroteca SCQ son el ejemplo.

El recorrido de comidas pasó por Singulario, Acio y A Tafona, por sus menús, por su excelente oferta a precio contenido que siempre me hace pensar qué pasa en Asturias al respecto. Pasó por las primeras fabas de Lourenzá, por el último bonito y las últimas sardinas, por verduras excelentes, por higos y queso, por muchas delicias. Y hubiera podido sumar otras tantas, que quedaron en el tintero muchas buenas sugerencias. Santiago no defrauda en la mesa. 

El de vinos fue por los alrededores, protagonismo de Galicia, cómo no, pero presencia de Portugal y de Francia. Acompañaron a las comidas cosas bien guardadas, como un mágnum de Zárate Tras da Viña 2004, o apuestas seguras, del buen hacer de Alberto Nanclares. Y el desfile de copas en Singulario, todas interesantes, sin repetir ninguna. 

Y en torno al vino, encuentros y reencuentros, tramas de amistad, hasta decisiones para posteriores viajes y citas. Brindo por quien entiende así esta faceta de nuestra cultura.

Tenía dos deudas gastronómicas pendientes y pude darles solución. La primera, llegar todavía a tiempo al Lagar de Platería, en O Grove, antes del cambio de local y del giro del negocio. Tantas veces cerca sin encontrar el momento de parar allí casi me dejan sin conocer el origen. Espero que tengan suerte con su nuevo proyecto porque pasión por el queso la tienen toda. Un placer la visita.

La segunda era A Despensa do Ribeira, un oasis de vino. Porque en la parte más turística de Cambados, entre tiendas repletas de cuantos tópicos se quieran buscar, sólo unos pasos más allá, discreta, pequeña, acoge en pocos metros muchos de los mejores vinos de Galicia y bastantes más cosas buenas del resto del mundo. Hay que echar un tiempo viendo todo aquello, con cuidado, rodeado de botellas y de tentaciones, que aquí son lo mismo. 


De Santiago han hecho un imán para todo tipo de     personajes, la aglomeración congrega porcentajes      indeterminados de motivaciones, la del que busca magia, la del que consume todo lo que le ponen a su paso, la del que viaja sin más y a quien no le queda más remedio que estar. Se mezclan peregrinos, estudiantes, turistas, vagabundos, músicos callejeros, guías improvisados, los que te asaltan amablemente a la entrada de los locales para que pruebes sus productos... Es la versión urbana de la Galicia mágica de algunas ficciones. Creo que es real, que está allí, lo que no sé es si algunos de sus personajes son reales o son como un fantasma.

Yo, por si acaso, me rodeé de vivos, de aquellos que sostienen con su trabajo los locales que cité, con los que comparto afición. Ellos y dos amigos en especial, compañeros de este vicio de contar lo que disfrutamos (y lo que a veces nos cuesta), José Luis Louzán y Mariano Fisac. Comida -y bebida- en común, proyectos e incluso la visita a Betanzos, a la bodega mínima de Lorenzo Bescansa. Una grata sorpresa, pero de esa hablará Mariano a su debido tiempo, esperemos. 

La noche ya no la vivo como antes, ya no la "trabajo" tanto, me ha pasado ese tiempo. Mas los locales con algo intemporal permiten varias vidas, varias horas, así que no faltó la parada en Casa das Crechas aunque fuera más temprano. Demasiados momentos interesantes allí como para no volver, soy animal de costumbres.

Lo demás, casi como esto, previsible. Compras de vino; cafés o cervezas en los rincones que me aislan más del decorado y me acercan al día a día, aunque nunca sea del todo así; prensa local para comprobar lo poco nuevo que hay bajo su sol... Da lo mismo, no busco nada sorprendente, nada insólito, no lo busco porque estoy en casa, en Galicia.




miércoles, 3 de septiembre de 2014

Teruel



Teruel existe. Después de siete días y más de 1.600 kilómetros (excluidas ida y vuelta, claro) algo más conozco, de la ciudad y de la provincia. Vaya por delante que me gustó, que consiguió ganarme, que volveré, pese a algún recelo y a limitaciones me ha cautivado. Pero no penséis que es un plato de digestión fácil, Teruel es tierra dura y lo mismo que ellos lo pasarán mal a veces se lo pone complicado al visitante en algún momento. No obstante, espero saber mostraros algo de lo que me llamó la atención para que también os atraiga si no habéis estado allí. Vamos a ello.

La rutina diaria es diferente a la que acostumbro. Lo primero, no desayunan, almuerzan. Y ese almuerzo significa bocadillos impresionantes de varios ingredientes, botellas de vino y gaseosa sobre la mesa, platos de cuchara y lo que haga falta. Ni yo, tragón con hechuras de Sancho Panza, me atrevía con aquello. Todavía ahora sigo sin tener una buena explicación, no sé si herencia del trabajo duro de antes o qué. Y siempre salado, lo dulce tiene poca presencia. Incluso las mejores elaboraciones de confitería que encontré, las de Muñoz -que son muy interesantes-, no destacan por muy dulces.

Tampoco alimentar otras necesidades es tan fácil como aquí. En cuanto te pongas en carretera, cuidado, elementos cotidianos como gasolineras o cajeros automáticos escasean, usa los primeros que veas si crees que vas a necesitarlos. Y lo mismo para comer en ruta. Muchos pueblos no tienen apenas hostelería, un bar como mucho y no siempre hay un menú, por ejemplo. Así que tampoco en esto puedes ser muy escogido y esperar, cuando veas una oportunidad con buen aspecto aprovéchala. Además seguramente aciertas. En medio de la escasa oferta encontré bastantes menús baratos y bien resueltos, con cocina casera y cercana.


Ponerse en carretera, esa es otra. Autovía hasta Zaragoza desde hace seis años, pocos trenes diarios para los que se recupera material rodante ya retirado, incluso la equívoca indicación de un aeropuerto, la visión fantasmal de ese aeródromo con aviones que parecen de atrezo y que al final no es lo que aparenta, es una antigua instalación militar reconvertida en base de almacenamiento y mantenimiento de aparatos. Las comunicaciones aquí piden más tiempo para menos espacio, no calculéis como en otras zonas. Provincia montañosa, rampas, pendientes, curvas, asfalto descarnado en caminos estrechos, hay que ir con cuidado. Como compensación se puede disfrutar del paisaje a la antigua, perder la vista en los detalles y pararte a observar.

Clima duro, extremo, población escasa, recursos limitados. La vida cotidiana no puede ser fácil en estos sitios y no van a dedicar sus pocos medios a visitantes ocasionales, así que muchas veces observan al viajero con sorpresa, con extrañeza, pero a su modo son acogedores. Si has llegado hasta allí por algo será. Intuyo, sin saberlo con seguridad, que el resto de Aragón es bastante distinto y que incluso su primer agravio puede que sea con su vecina del norte, con una capital que quizá no atiende en todo lo que necesita a su duro sur. Pero no voy a seguir porque lo desconozco, es más una sensación vaga poco contrastada. 

Si te animas, si ves esas carreteras difíciles y     
castigadas por los inviernos como una proposición llegarás a pueblos muy atractivos, muy interesantes. Paisajes de montaña extensos, donde se pierde la vista, otros más verdes y poblados por pinos, algunas de las mayores alturas de la península. Cascos históricos con mucho que leer en ellos, sitios pequeños donde no esperan visitantes o lugares más grandes donde probablemente vuelven los nacidos allí que han ido a hacer su vida fuera. Mirambel, Cantavieja, Valdelinares, Alcalá de la Selva, Puertomingalvo, Linares de Mora, Mora de Rubielos y Rubielos de Mora; Alcañiz; Escucha, Utrillas y Andorra, tierras de carbón; Valderrobres, Mosqueruela, La Iglesuela del Cid, Villarroya de los Pinares... Y alguno más de paso que ahora me dejo. Y sí, claro, Albarracín. Pero -cuestión de gustos, de lo que uno busca- no fue lo que más me atrajo, ni la población ni su sierra. Impresionante, es verdad, tanto como lo son la explotación turística excesiva o las dificultades de su visita. No dejéis de ir porque además está bien comunicado y cerca de la capital, pero mi querencia es para el cuadrante sureste de la provincia por su paisaje y sus villas, para la zona minera porque algo especial nos vincula y para ese enclave singular del Matarraña que es Valderrobres (o Matarranya y Valderroures, que ya está tan cerca...).

En todo ese recorrido hice muchas paradas a contemplar el paisaje, que no es en absoluto monótono. También encontré alguna tienda con productos de la zona, algún bar con gracia, otros con menos, cocina casera y mucha tranquilidad, un entorno silencioso, solitario, que te deja pensar. Kilómetros sin apenas vecinos, veo lo caro que resulta atender las infraestructuras y los servicios que necesitan y entiendo lo difícil que se hace su vida en muchos momentos. Merecen algo más.

Y cada noche volvía a la capital, la menos poblada de las de España, por donde empecé y acabé el recorrido. Lo que dicen de ella es poco porque poco puede ofrecer, pero es cierto y es peculiar. Es mudéjar por su pasado medieval y modernista por el más reciente, por su momento de esplendor. Concentra muchos ejemplos de ambas arquitecturas en poco espacio aunque sea difícil verlos en calles tan estrechas, pero ahí están. Casas que se dispersan en torno a la Plaza del Torico; torres de San Martín y San Salvador, la Catedral y especialmente, San Pedro. Y los rincones que no salen en las guías, los locales humildes, parados en el tiempo y en los pocos recursos. 

Tuve tiempo para encontrar bares poco visitados por el turista, de parroquianos vecinos, aunque la parada obligada era el Pura Cepa, con algo de inquietud en la pizarra de vinos y una oferta de pinchos de tendencia actual. Por suerte para ellos este tenía el reconocimiento de gente de allí, tenía su público local además del de paso. No fue un viaje con ambiciones gastronómicas así que apenas busqué nada especial, pero el menú de La Tierreta fue correcto y a muy buen precio. Una lástima que sólo tuviesen para comer a otra pareja. 

Las compras las concentré en Muñoz, que tiene buenos chocolates y una repostería exquisita. Suspiros, Besos de los Amantes y Trenzas son estupendos, para no perdérselos.

En fin, que hice buenas migas con esa ciudad tan pequeña, que no madruga aunque se recoge pronto, que almuerza fuerte y salado pero vende buenos dulces, con sus cinco líneas de autobús y donde un taxi es algo exótico, sin distancias ni prisas.

Teruel existe, no es una fantasía, no se apoya en la ficción, es que le han faltado a la palabra, han incumplido promesas y la han dejado con muchos sueños a medias. A su ritmo, con trabajo y con calma, en su pequeña dimensión, Teruel merece más y a mí me gustaría contribuir con estas líneas a convencer de ello a más gente.





miércoles, 16 de julio de 2014

Una semana cualquiera


Julio, verano, se alteran los horarios, las costumbres. No tengo más días libres hasta agosto, nada diferente para mí (que por otro lado no quiero, no es el verano la época que me gusta para viajar ni para celebrar nada especial). 

El trabajo es lo que es, obligación, nada más. Otras dedicaciones serias se suelen aletargar en estas fechas aunque este año es un poco diferente, sí tengo que sacar tiempo para alguna. Pero todo eso queda al margen de este cuaderno de ocio.

¿Cuánto hay de rutina, de anclaje a unas costumbres, y cuánto de verdadero placer en esto? No sabría qué deciros, algo hay de cada. En fin, esto puede ser la idea de lo que dedico a nuestras aficiones en algo más de una semana, en una cualquiera... O no. Porque es quizá la última con todos mis locales disponibles, luego vienen las vacaciones, los cambios de descansos y todo eso. Porque esta tengo todavía a buena parte de los amigos por aquí, los mismos que se irán en breve de vacaciones. Porque esta acabo de llegar yo de viaje, con provisiones, con novedades. 

Yo cuento las semanas desde su final, que es cuando me interesan, cuando el tiempo es para mí. Y el final de la anterior, que es el principio de esta, puede empezar en cualquiera de mis barras habituales, por ejemplo, la del Naguar. Algún vino interesante, unas tapas si algún amigo se empeña, conversación...Repasamos mi escapada porque alguien va a hacer una parecida, así que es relato y también son planes. Planes que pasarán por sitios así allá donde van a ir.

Muy bien, este comienzo es fino, podría decir, aunque los hay más tumultuosos. Sigamos.

Algún producto nuevo, venido conmigo del viaje, desde Galicia. Otros ya conocidos aunque también de fuera, de Madrid. Reencuentros con alguno más pero comprado aquí. Me viene a la cabeza aquello: todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda. Lo primero, no en el caso de la gastronomía; lo segundo creo que no; lo tercero, seguro. Pero en esta parte ya de la película no es lo que más me preocupa, la verdad.  


Más. Más comida y bebida, claro, qué iba a ser. Bueno, no, no sólo. Es observación, casi antropología. Es charla con conocidos y amigos, aunque sea a fuerza de ser cliente. Es algo más para mí. También porque conozco a quienes están detrás. Sé qué hacen parte de su tiempo elaboradores, distribuidores, hosteleros. No les cambio su trabajo pero lo agradezco y lo respeto porque me beneficio de él. También llega a cansarme, siempre lo mismo, los mismos sitios, las mismas caras, las mismas propuestas. Ya, y yo ¿qué tengo que ofrecer a estas alturas, algo nuevo acaso? Creo que está todo compensado.

No están mal últimamente las pizarras de vinos que más conozco, tengo para variar. Ónix, La Perra Gorda o Castrillo de Duero en La Tabernilla; repite Castrillo, más La Movida o Leirana entre otros en Naguar; Gramona o Escolinas en 180.  Y también para variar me dejo llevar a algún sitio nuevo y a cocinas que no frecuento, esta vez, con buen resultado. 

México. Qué oportunidad más buena para recordar América, antiguos viajes que de verdad me cambiaron, para reflexionar sobre lo que está detrás de la cocina. O simplemente para comer bien y a buen precio, que no hay que complicarse tanto un viernes con unos amigos. Las complicaciones ya me las llevaré yo puestas a la cama; la cena, en Los Molcajetes, fue para disfrutarla.


Quería haber ido a la Semana Negra un día laborable, para evitar aglomeraciones, pero por otras tareas no tuve tiempo, qué largos se me hacen a veces esos treinta kilómetros de nada que me separan de Gijón. 

Por algo extraño, esos mismos kilómetros son más cortos por la mañana. Sí, ya sé que la Física dice lo contrario pero es así. Por lo menos lo fue la mañana del sábado, la que me recibió con mucho sol y unos cuantos
coches sugerentes, de los que me quedaría con este viejo Mustang intemporal y veraniego. Daba ganas de dar una vuelta. 

En otro coche, en el mío, volví a Viesques todavía con el recelo de los muchos años en que iba por obligación. Pero también fui muchas veces entonces a comprar o beber buenos vinos o a comer bien. Tiempos de La Tienda de Vino en su primera ubicación, de La Maleta del Loco, de El Perro que Fuma en su primera etapa... El motivo esta vez era conocer El Medio Lleno. Me gustó, local amplio, cuidado, oferta de vinos fuera de lo común aunque eso tenga un precio. Me queda pendiente probar algo de cocina pero mi final previa a la del Mundial entre un Kerpen y un Finca El Origen, riesling contra malbec, también llegó a la prórroga muy igualada, cada uno en su estilo.

En fin, esta semana que adelanta lo que trae el verano se acaba. Una terraza, una parrillada, vinos frescos; el guión lo exige. El recién embotellado Vid Vicious gana adeptos cuando lo presento y por fin resuelvo una antigua deuda con Sedella, me reconcilio con ese tinto de Málaga del que me hacían esperar cosas que no había podido encontrar hasta ahora.

¿Qué más? Cierta orfandad, la que me dejan los locales habituales cuando cierran por vacaciones, sobre todo, cuando me quedo sin el refugio último en tantos sentidos que es la sidrería Silla del Rey. Arturo se merece el descanso más que nadie pero me descoloca durante un mes. No es un local para cualquiera y menos a la hora canalla, de noche, con cierta gente que... (Para, Jorge, eso no es objeto de este cuaderno tampoco). No estará de más que me quede alguna vez en casa, y de paso puedo beber los vinos que se quejan del calor, como el Goliardo que ilustra la entrada. Además, aunque sea muy selectivo con las sidrerías, la sidra es humilde y se deja tomar en muchos sitios, no me faltará para soportar el mes.

Si alguien no le ve sentido a estas líneas le doy una pista: esto es el día a día de las aficiones que compartimos, agradable pero modesto, muy por debajo de los episodios más brillantes de viajes, restaurantes grandes, etc. Y esto además es lo que ahora se va a vivir a otras redes (Twitter y, sobre todo en mi caso, Facebook) y deja despoblado el blog. Por eso quise hacerle esta maleta de verano, para que viaje por estos días un poco más equipado. Sin más pretensión.

Disfrutad todo lo posible y descansad todo lo necesario.

 

viernes, 4 de julio de 2014

Junio



Se ha ido junio. Se ha ido y se ha llevado cosas, tantas como ha dejado. Se ha llevado, sobre todo, la primavera para dejar un verano que me gusta mucho menos. Pero no quería hablar de eso, qué va. Junio siempre es un mes importante para mí. Lo es en primer lugar porque nací en él, porque cumplo años, y eso me recuerda el paso de los mismos, me advierte que ya va corriendo el segundo tiempo hace un tanto, que ya no es hora de hacer grandes planes ni aplazar casi nada salvo lo que no quiera que llegue. Me impulsa a recapitular. Junio, lleno de acontecimientos trascendentes (y ahora hablo de los ajenos a mi persona), previsibles o no tanto, alegres o no, pero decidido este año a ser un punto de inflexión. Recordaré junio de 2014, sin duda, y no seré el único aunque sea por motivos diferentes.

Este diario también ha envejecido, pasó su tiempo asimismo. Se acabó la tertulia en él, se desplazó a otros medios y se diluyó en las prisas. Se gastaron mis ganas iniciales y he chocado decenas de veces con un entorno que hace desagradable incluso escribir sobre esto, sobre lo que creí que no me traería problemas. 

Ya no tengo tiempo ni ganas para grandes definiciones, para palabras mayores ni para especialización, lo dejo ir. El que me quede me reclama asuntos más serios -este no lo era, no lo fue nunca- y me exige los momentos que cada vez escasean más. Así que hay que soltar lastre para seguir el viaje. Con la edad se pierde fuerza y sobra peso, sólo puedo aligerar el equipaje para compensar, dejar por el camino aquello que me hace daño cargar.

Fuera de este cuaderno hay mucho más, está lo demás, lo trascendente, lo que no es amable, lo que no puede serlo. Dentro queda esta cuerda que me sujeta todavía a algún placer mundano para hacer más llevadero el día a día, asuntos menores. Y de eso voy a hablar, al paso, a saltos, en breves notas. 

El preludio lo escriben mis celebraciones de cumpleaños, claro. Con unos y otros paso por Gloria o por Güeyu Mar, por la mesa de Naguar o por varias barras frecuentes, de vino o de sidra, más elegantes o más vulgares, del populacho, de lo que soy, que nadie se engañe, sobre todo, yo mismo.

Un año más, cuatro ya, el mes casi empieza en el confín occidental, en Tui, imprescindible. Qué buena gente, qué trabajo, qué mérito. Esa noche mágica previa, ese reencuentro, el ambiente especial, hay magia. Tui, sinécdoque de A Emoción dos Viños, no merece que yo la describa, es mucho más grande, hay que vivirla. Sólo puedo alegrarme en público una vez más de haber estado allí y decirlo bien alto. 

De allí a Madrid, no al cielo, a la calle, a las calles que me gustan, a esas que ya me han adoptado y enseño a los demás como mías. Pago el tributo del turista, que la ciudad grande no perdona; me dejo llevar por la pasión de quien vive un Madrid de viaje, de paseo, de quien no lo sufre a diario, lo sé. Pero eso no me aparta, sigo disfrutando en Huertas, en Chueca, mucho más en Malasaña, cuanto más barrio y menos escaparate, mejor. Hago la ruta menos canalla esta vez, a la medida de mis acompañantes. Apartamos con los pies los restos de una coronación al pasear por el centro, buscamos altura para contemplar y nos damos a nuestros vicios: los desayunos en Toma Café, el té en Vailima, todo el encanto castizo del tiempo detenido en La Venencia, la sorpresa agradable de De Rodríguez & Salas, la suculencia y el saber estar de García de la Navarra,
la confirmación de Moratín. Buscamos lo menos visitado y nos metemos en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuanto más pomposo el nombre más sencillo el disfrute del contenido. La Plaza Mayor, lugares históricos, lo que han hecho del mercado de San Miguel. Más restos: Palacio Real, Plaza de Oriente. Hacia Sol, y les apunto la chocolatería San Ginés para cuando llegue el frío, les doy la pista de los turrones en Mira (ya los han probado, ya les he llevado cosas), paramos ante Lardhy como ante un decorado. Otra zona, Plaza de España, poco que ver, pero una mirada a Martín de los Heros es obligada para aficionados al cine. Templo de Debod, guío hasta allí a unos portugueses, como si yo no fuese visitante también; lo que me trae aquí es asomarse a mirar al sur, que ya no es lo mismo. Como no es lo mismo recorrer La Palma entera desde Tribunal y estrellarse contra el Conde Duque, un desafortunado continente al que dejaron sin apenas contenido, una víctima de la peor política cultural que se puede hacer, con lo que pudo haber sido.

Vuelvo hacia el noroeste. Galicia es paisaje, es vino, son los placeres de la mesa y la copa, nada más necesito para caer en la tentación. Y como este año no iba a volver en pleno verano decidí no esperar, reincidir, dejar casi el lecho caliente y soñar otra vez. 

La idea era hacer la parada que no quiero evitar nunca en Santiago y luego buscar costa, vistas, relajación... Pero no iban a dejarme los cómplices ocasionales. 

Desisto de buscar la definición más precisa, no sé si amigos o qué, pero sé que allí encuentro gente que me hace sentirme en casa y eso es mucho para mí. Otra vez Singulario y otra vez vinos recién presentados, otra vez A Tafona y otra vez Lucía Freitas me sorprende con el plato más tímido, más sencillo, que crece y se vuelve el más grande, que se clava en el recuerdo y me devuelve algo de pasión por la cocina, que buena falta me hace.

Y de ahí a Pontevedra. Cuando digo que no me conviene esa calma, cuando hablo de cómplices hablo también de azar. La primera noche, nada más entrar en Bagos, el templo del vino allí, me encuentro a mi paisano David Barro cargado de vino para intercambiar con Adrián y Fernando, los demiurgos que hacen que la calle Michelena cree un universo. Más de quince botellas abiertas, golosinas que salían sin parar de la cocina, las cuatro de la madrugada... Hasta aquí puedo escribir. De acuerdo, suerte, no era momento para descansar. 

De ahí en adelante, todo confirmaciones de lo conocido o lo anunciado. 

Me encanta ver la nueva vida de Loxe Mareiro, pienso que la gente de Abastos 2.0 han hecho, además de algo agradable y una buena mesa, un relato coherente y respetuoso con lo que era ese sitio entrañable. 

La visita a Portonovo me descubre por fin ese rincón que pregonaban algunos amigos con razón: A Curva. Si os parece raro que los devotos peregrinemos a ese local tan sencillo es que o no lo conocéis o no sois devotos. El vino guarda a veces sus secretos donde menos se espera.

Y ya superados los obstáculos burocráticos, Culler de Pau me vuelve a recibir con la misma elegancia, con la misma calma, con la misma ambición. Cocina mayúscula a la que ya han llegado las guías, los reconocimientos, las estrellas y todo lo que suponen, pero que sigue concentrada en los mejores platos y en excelentes botellas. De lo mejor de Galicia casi escondido.

Cada uno de estos días tuvo otra vez su noche en Bagos, con más vinos, con risas, con conversaciones sobre esto y aquello en torno a nuestra afición. Vamos, que ningún día salí de allí antes de las dos de la madrugada, para qué más noche. 

Queda mucho en el tintero porque quiero apretar un mes denso en pocas líneas pero ya está bien, había hecho el propósito de reducir el tamaño de estas entradas, no sé por qué, pero así lo pretendía. Y sin embargo junio se me va de las manos, rebosa cosas que me han emocionado y que me gusta contar. En fin, ahí quedan apuntadas, ya pasadas, expuestas en otras redes públicas, nada que no conozca ya mucha gente, pero me apetecía juntarlas y divulgarlas, sin ningún motivo especial más allá de mi voluntad. 

Y es que a estas alturas no pretendo justificar estas líneas de otro modo, ni explicar mi propia actitud de otra forma, ya son sólo caprichos que me permito, nada más. El tiempo sigue pasando y sobre esto ni me quitará ni me dará la razón porque no es materia razonable. Por eso un día empecé a escribir sobre esta afición y no sobre las demás ni sobre asuntos más serios. Y aquí sigo, un año más, pendiente del avance del reloj aunque sin plazos. 





jueves, 12 de junio de 2014

Llega la hora


Ya está, es la hora. He terminado mi trabajo por hoy, y mañana -como otros años- he pedido el día porque tengo una cita importante. Hoy mismo veré al compañero de viaje y ultimaré los detalles. Junio está siendo un mes cargado de emociones, muchas positivas o con su lado bueno frente a adversidades, y esta también vendrá, no podía faltar, es ya cita que organiza mi calendario.

Una vez más nos juntaremos bastantes amigos para beber vino y pasarlo bien, así, sencillamente. Bueno, sencillo no es, ha costado mucho trabajo, nos exige un viaje no corto y se concentrarán tantas cosas que será difícil atender a todas como te gustaría, pero al final será eso, la primera frase del párrafo. Seguro que a quien no conoce esta reunión de Tui le parecerá poco, quizá crea incluso que la devalúo, que le resto interés, pero nada de eso; a ver en qué encuentro de productores para dar a conocer lo que hacen puede alguien decir lo mismo. Porque aquí se derrocha camaradería, intercambio de opiniones y de tragos, invitaciones, contactos sinceros. Y aunque la idea de vender el vino esté detrás, no asoma por ningún lado la competición, el hacer sombra, la rivalidad, nadie te asedia con propuestas de negocio... Será porque la forma de entender el vino de la mayoría allí es otra, y porque la forma de hacer ese vino no necesita de tales caminos poco agradables. 

Por ello cada vez me interesan menos otros encuentros y más este, por ello procuraré no fallar ninguna vez y aprovechar lo máximo de lo que encuentre, es mi compromiso individual, como visitante, como aficionado. El de los que organizan este encuentro y el de quienes presentan allí sus vinos está fuera de duda para mí.

En fin, algo iremos contando de lo mucho que allí va a pasar. Y ahora dejo el teclado, que ya me esperan los preparativos, emocionado, ansioso un año más. Tui, allá vamos.

miércoles, 23 de abril de 2014

La primavera me trae Salamanca desde el otoño



Es plena primavera, hoy sí lo será a todos los efectos al margen de lo que el calendario haya previsto hace más de un mes. Ha venido suficiente sol y, al menos aquí, han vuelto lluvias para decirnos que no nos hagamos ilusiones; ha habido cambios, los que te dicen que has pasado a otra estación; y distintas circunstancias personales también me lo recuerdan: es estación intermedia, es de las mías. Con días más largos, con clima más benigno salgo más, empiezo a viajar. Por ahora lo principal han sido escapadas urbanas, a Madrid, pero vendrán otras. 

Por esto y porque la fecha es un día especial allí también, me viene a la memoria Salamanca, como si llamara mi atención, como si me recordara que tengo que contar con ella para esos viajes. Y ya lo sé, no lo olvido, no sé cuándo será ese momento pero volverá. Así que quiero repasar, concentrar todo lo de la última vez.    

Tendría que citar callejas, paseos sin prisa ni rumbo concreto, porque lo importante está en ellos mismos, en estar allí a gusto. Hablar de recuerdos pegados a esas piedras, de proyectos, de trabajo incluso. También de placeres que tocan a la alimentación, más de barra que de mesa, de esos cafés o chocolates, de esa caña o ese vino, con los ritos que los acompañan para informarte, para integrarte. 

Pero para dejarle pistas al lector, que sigue estas líneas no sé muy bien por qué pero quiere esas referencias, para que pueda probarlas, criticarlas y juzgar así si me sigue dando crédito, hay que nombrar sitios. 

De mano de un buen guía pude hacer un recorrido gastronómico placentero. Salamanca ha sufrido, incluso más que otras ciudades que conozco, la pérdida de sitios de "gran cocina" y los cierres de algunos intentos innovadores en poco tiempo. Espero que a pesar de los meses transcurridos desde esta visita todos los que nombro sigan activos y en buena forma.

Disfrutamos de la cocina informal de Lilicook, entre las tapas puestas al día y los guisos ajustados en cantidad y presentación a nuevos gustos urbanos. Muy agradable. 

Un planteamiento parecido, algo más clásico, es el de El Alquimista. Menú o carta con recetas que se reconocen, que tienen tradición por más que su acabado o su nombre cambien. 

Aunque también da opciones más ligeras y más informales El Mesón de Gonzalo me parece una de las cocinas con más fuste del centro de Salamanca, donde encuentras un servicio clásico de buenos profesionales y propuestas casi intemporales pero con garantía de buen hacer.

De vuelta al ajetreo de las barras me gusta la pizarra de vinos del iPan iVino, buen modelo de taberna moderna, con sus limitaciones pero con bastante que ofrecer.

No obstante, mi parada más repetida es en su vecino Tapas 2.0, el mejor ejemplo que conozco de lo que se puede etiquetar con ese neologismo que tanto detesto, gastrobar, y que en cambio te permite salir muy satisfecho con buen trabajo de cocina en pequeño formato. Cuánto quieras comer y pagar depende de ti. 

En fin, que hay variedad para cubrir los afanes gastronómicos del que viene de visita, no os preocupéis.

Salamanca es para mí lo mucho que encuentro en la ciudad pero
hay más. Es La Alberca, que aunque exprima el  turismo masivo está llena de rincones bonitos y que te recibe con ese olor a embutido que abre las ganas. Si os gusta el té, buscad la Tetería Singular y perdéos un rato dentro, vale la pena. Es Candelario con sus calles preparadas para una nieve que no admite bromas. Es Ciudad Rodrigo, ya tan cerca de Portugal, y que ha decidido hacer de la anécdota un culto, casi, como puede indicar su Museo del orinal. Si queréis comer allí, ojalá sigan con su buen trabajo en El Rodeo. Si no será por algún achaque de la edad, seguro, porque buena voluntad tienen mucha. Hacéos a la idea de que vais a comer a casa de la abuela, que nadie pida lujos, pero os harán sentir en familia.

Hay mucho más, pero en aquella ocasión escogí estos pueblos concretos, esas paradas. 

Como museos menos anecdóticos la ciudad tiene varios además de ser un museo de arquitectura en sí misma. Aunque algunos de los que más me gustan son también los más parciales por su objeto, la Casa Lis y sus artes decorativas y un imprescindible para el aficionado al automóvil, el Museo de Historia de 
la automoción. Colección permanente amplia con ejemplares excepcionales y exposiciones puntuales divulgan la evolución de ese artefacto que es todo un fetiche de nuestro tiempo, que tanto nos puede dar y tanto nos cuesta. 

Hubo tiempo para contactos, para paseos, para vinos, comidas y compras. Otra vez me orientaron bien para buscar la Carnicería Rivas dentro del mercado y escoger allí el embutido que más me apetecía, con uno imprescindible: el farinato. 

Las noches fueron nostálgicas y tranquilas, casi no merecen la cita, aporta poco. Pero para los veteranos del lugar diré que seguía siendo agradable tomarse algo con buena música de fondo en el Alcaraván, La Rayuela o El Corrillo. Con la edad pierde porcentaje de presencia este sector en mis viajes. 

Ya dije que las escapadas apuntaron hacia el oeste. Hay muchas posibles pero las que más me gustan miran a la Sierra de Francia o hacia ese otro parque fronterizo y también tierra de vino, las Arribes del Duero (sí, "las", que desde Salamanca se ven en femenino). Pero siempre vuelvo,
la ciudad me llama, vuelvo a cruzar el puente y quiero la misma piedra, las mismas calles. Son calles vividas aunque sea de prestado, poco tiempo. Hay recuerdos bien grabados, hay pasado mío ahí. 

Por eso voy a cerrar estas líneas con una foto que os puede parecer rara, que costará reconocer a muchos, pero que me apetecía publicar como símbolo. No conservo una anterior del edificio, la que sí sería conocida, pero se encuentran con facilidad. A lo que iba. Muy poco antes de esta visita a Salamanca moría Mario Estévez Huerta, toda una vida dedicado a la hostelería y una referencia de la gastronomía clásica charra desde su restaurante, El Candil. Sí, la foto es del solar, ya sin el edificio. Se puede ver la ruina, la ausencia, la pérdida. O se puede ver la base, cimientos, precedente que permita reconstruir. Yo quiero verlo así, quiero ver que esa tradición haya sido escuela, que los buenos momentos pasados en sus mesas y su barra nos hagan amar y valorar esa parte de nuestra vida, que nos enseñen lo importante que es disfrutar de pequeños placeres y lo valioso que es el trabajo de quien lo hace posible. No sé si volverá a haber algún local de hostelería ahí, un continuador, pero sí sé que Salamanca seguirá viva y nos dará alegrías también en el plato y en la copa. Y una parte de las mismas se apoyaron en ese suelo, con firmeza. Y esta vez lo puedo asegurar porque Mario Estévez Martín, a quien acompaño en el sentimiento por la ausencia de su padre, ese amigo de varios de nosotros que navega por estos ríos virtuales como El Baranda, ya es parte de ese relato que no cesa con su afición y su labor divulgadora sobre el vino. Porque él fue ese guía sensato que me orientó tan bien esos días. Van para ti estas líneas con agradecimiento y un "hasta pronto". 

Id a Salamanca sin dudas porque habrá algún camino para cada uno, tiene muchos.





martes, 1 de abril de 2014

Hacia la raíz. Nicolás Marcos, viticultor independiente


Un corcho, restos de lacre, una frase corta; parecen cosas sencillas, son cercanas, manejables. Y sin embargo encierran mucho más, simbolizan algo que merece mi atención y mi respeto, una trayectoria, un viaje al fin y al cabo. O varios. Que me vengan ahora mismo a la memoria, el de Nicolás desde Toro a Cangas del Narcea, el de viñedos abandonados a la nueva vida, el de viejas naves o bodegas paradas hacia la actividad que verá nacer buenos vinos... 

Me gusta viajar y me gusta la idea del viaje como algo más amplio, como metáfora, como materia literaria. Me gusta también el vino, bebida y cultura, y el vino es viaje, nuestra relación con él es viaje. Un camino recorrido al revés, podríamos decir. Conocemos primero el resultado final, la bebida, y si nos atrapa vamos conociendo más, más variedades, las elaboraciones, los años. Será el momento en que nos apetezca conocer bodegas y hablar con bodegueros, ver el proceso, la crianza. Y si seguimos, acabaremos donde habría que empezar, en el campo, en el viñedo, y aunque hablemos con las mismas personas estaremos hablando con viticultores, con viñadores. Ahí empieza todo, en la vid, ante el clima. Y sobre el suelo, no lo olvidemos: es una planta y está arraigada en un sitio, de él vive.


Tengo la suerte de conocer los vinos de Nicolás Marcos desde el principio y de haberle conocido a él también al poco de llegar a Asturias. Y así supe de su camino, de la elección consciente de esta tierra dura, de la búsqueda de viñedos, de cómo entender las uvas y su respuesta a este clima, cada día más cerca de la frescura, con el miedo a que la madurez no llegase al punto adecuado. Difícil el clima de Cangas, un reto. En todo caso me parece notar que cada vez le importa más el suelo, algo que he observado en otros viticultores honestos y tenaces. O seré yo el que da más importancia a la tierra y presta más atención, no sé.      


En fin, el viaje sigue. Pronto se presentarán los nuevos vinos de Nicolás, con alguna criatura recién nacida. Probaremos, valoraremos, apostaremos sobre su evolución, es lo que nos gusta. Para nosotros queda el placer y la libertad de opinar, de beberlos o no, de escoger lo que nos agrade. Detrás hay mucho trabajo, hay elecciones que no han sido fáciles, hay una voluntad firme que quiere seguir viajando por Cangas, con sus uvas, por sus suelos.


Creo que es un momento decisivo, un punto de no retorno en el trabajo de Nicolás Marcos aquí. Ahora ha reunido lo que necesita para ver un horizonte amplio para sus vinos. Y para los que amamos esta tierra y deseamos recuperar algo de la historia de un vino nuestro es buena noticia, es una esperanza fundada.

Beberé, disfrutaré, me alegraré por los cambios y las novedades porque confirmarán que es un buen camino el que sigue, ese mismo que he podido ver en sus comienzos. Y pensaré otra vez que el vino es un viaje hacia la raíz de muchas cosas. Parece sencillo aunque hay mucho esfuerzo detrás; lo hacemos parecer complejo y sin embargo al final es simple: pertenecemos a una cultura, nos gusta el vino.