No quiero saturar al lector, pero van a ir dos seguidas en el mismo escenario. Con el recuerdo del homenaje a de la Osa aún caliente nos reunimos de nuevo en Naguar una noche de jueves para otra fiesta, esta vez, con Coalla implicado en el asunto y con los vinos de Jerez como pretexto.
El guión yo ya lo conocía, más o menos el mismo que en diciembre se usó para un acto muy parecido en Vinoteo. Los protagonistas, no obstante, no coincidían totalmente. Algún vino sería distinto y los platos, claro, todos diferentes.
David Barro defendió como pudo su presentación, su introducción teórica a la magia de esos vinos. No fue fácil porque éramos una mesa para catorce en una esquina pero el comedor estaba abierto y atendía a algunas mesas más. Y vamos a decirlo todo: porque parte de los asistentes no tenían mucho interés en escuchar las explicaciones, sino sólo en comer y beber. Por decirlo suavemente.
Vamos al grano. Empezamos la velada con un falso vermut, que es en realidad el cream Isabela servido con hielo y rodaja de naranja, para demostrar la versatilidad de estos vinos. Para tormento de los impacientes, el maridaje de este fue PowerPoint y charla.
Pero todo tiene su tiempo y al fin llegaron a la mesa los calçots, algo que Martino acostumbra a trabajar, y el OVNI, vino del que ya he hablado en otras ocasiones, ese Pedro Ximénez elaborado en seco tan peculiar. Sorpresa con el vino, dudas con los calçots (si comerlos al modo tradicional o usar los cubiertos y una alternativa más prudente) pero parecía gustar todo aquello. A mí, sin duda. Me encantan los calçots y puedo prescindir de las exhibiciones de capacidad de engullir, acepto los cubiertos.
Con el cremoso de compangu, ese lingote de una especie de paté asturianísimo, bebimos Colet-Navazos, experimento curioso donde el nacido cava se vuelve mestizo y sustituye licor de expedición por vino de Jerez. De este no he hablado en el blog aunque sí en Facebook. Seguía la fiesta y la gente parecía pasarlo bien.
Hasta aquí podemos considerar la fase de aperitivo de la cena, aunque toda ella estuviera concebida en plan informal y para pequeñas degustaciones. Pero si te ponen una ostra en la mesa y empiezan a desfilar botas del equipo Navazos especialmente escogidas la cosa crece, son palabras mayores.
Ostra con torreznos y Bota 35, fino, saca de junio de 2012. Un fino maduro, de un color precioso, dorado con fuste, que ya te dice cuáles son sus intenciones. Aquello es de trago pausado, para saborearlo, dejar que te llene la boca, que se pelee con los sabores difíciles. De entre los manjares de prestigio no es la ostra mi preferida pero la combinación provocaba (bueno, manjares de prestigio, pocos, que uno es plebeyo, mero diletante. Y además son caros).
Algunos en la mesa nos miramos con complicidad cuando llegó el oricio. Ese rico revuelto de oricio que vimos por última vez en Caces hecho tortilla suflada aquí venía a pelo dentro del caparazón del bicho, de esa alezna. Qué recuerdos. La propuesta para este bocado era la Bota 39, una bota "NO" (aquí tocó la explicación de esas marcas tan personales que hacen los capataces en las bodegas andaluzas del Marco de Jerez, como este NO o algún NPI que significa exactamente eso que estáis pensando) de manzanilla pasada. A mí fue la única que me defraudó un poco. Hubo un no sé qué de madera vieja excesivo, una nota sucia que se hacía demasiado fuerte y quería tapar la finura del oricio.
Pero no me iba a dar tiempo ni a torcer el gesto porque llegó a la mesa el palo cortado, esta Bota 34 que hizo el silencio por mi lado. Impresionante, un mundo en sí mismo, un viaje a su tierra natal y a otro momento; dejó de ser invierno, se paró el tiempo por unos segundos. La noche había cambiado. Encima, por si necesitásemos algo más, su compañía sólida fue un queso hermano del que aparece en el artículo anterior, del que Manolo de la Osa se había traído de su tierra. Pieza más pequeña y con menos intensidad que aquella, pero excelente de todos modos. Habíamos llegado a la cumbre de la cena.
Aunque si soy sincero quizá tenga que aceptar una sorpresa tan grande o mayor en el postre, porque la emoción fue parecida y a mí me gustan poco los vinos dulces, así que el mérito de este es grande. Otra bota NO, de esas especialísimas, de esas que se apartan, que no se mezclan, la Bota 36 de Pedro Ximénez, un desafío a la densidad del vino, con una edad de solera por encima de 30 años -se apuntó hasta 50- y con un porcentaje de azúcar natural conservada que casi prefiero no saber. Moderado en alcohol, frutal y con esa acidez tan alta que parece increíble en vinos tan viejos y dulces. Además la casa volvía a provocarnos desde la cocina con recuerdos entrañables, el suspiro de Pajares en versión galleta un poco mayor, pero era ese suspiro con el que terminaban las comidas en L'alezna.
Después de tanto viaje imaginario por los recuerdos, después de asombrarnos con los últimos vinos, después incluso de conversaciones de contenido tecnológico, que no armonizan bien con la comida, salimos de allí con el mismo ánimo que teníamos dos semanas atrás, más rápida, más leve, pero otra gran fiesta. Y algunos, con planes de compra, con la vista puesta en las estanterías del distribuidor que nos presentó estas botellas. Ojalá se repitan ocasiones así. Sólo puedo terminar dando las gracias.