martes, 29 de enero de 2013

Otro Australia Day. La Tabernilla (Oviedo)

Otro 26 de enero, Australia Day. Y aunque cueste creerlo hay un sitio en Oviedo donde es fiesta, a tantísimos kilómetros de aquel país. Como cada año, el fin de semana más próximo a esa fecha significa celebración especial en La Tabernilla, un modesto local de un barrio de la capital asturiana. La explicación es más clara de lo que parece. Rafa, que junto a su esposa lleva este establecimiento, fue emigrante en Australia y tiene bien presente su otra tierra. A partir de este hecho empezó una iniciativa para conmemorarlo y para animar el local en una fecha tan mala para la hostelería como suele ser enero. Y aquí estoy yo como casi todos los años. Alguno ya estará pensando y me dirá con razón: "pero Jorge, si estás siempre despotricando contra la comida exótica, ¿qué haces tú ahí?". Intentaré explicarlo en los próximos párrafos.

Queda ya apuntado que hay una justificación emocional para hacer algo así en este sitio, de acuerdo, pero hay más atenuantes para que yo haya participado y esté ahora comentándolo. En primer lugar no conozco la cocina australiana pero sí sé cómo se preparan estas jornadas. Luci, cocinera esencialmente autodidacta, adapta algún ingrediente de allí a recetas de ese recuerdo familiar y a los medios con que cuenta aquí. Además, ante una gastronomía hija de múltiples inmigraciones, la identidad puede ser diversa, así que lo que presentan no resulta tan ajeno a nuestro entorno cultural. Y en segundo lugar, estas jornadas son más que nunca una fiesta. Congregan a la escasa presencia aussie que puede haber por aquí con algún otro angloparlante residente y con la clientela habitual, tranquila y poco dada a excentricidades, así que lo fundamental es compartir y divertirse en torno a una mesa, unos platos y unas botellas de vino, no convertirse en embajadores de la gastronomía australiana. Aunque casi lo consiguen, que por aquí ha pasado el cónsul de aquel país y cerca anduvieron de traer a alguna celebridad a sus mesas. En fin, los que sí nos reunimos somos los habituales con ganas de disfrutar.

Vinos australianos de bodegas de gran producción (Yellow Tail) al lado de otros menos conocidos o de prestigio pero menor difusión (Penfolds), cerveza Coopers, carnes de canguro, emú o camello... Con esto se tiene que montar la fiesta.


 Un típico pastel de carne, con relleno especiado y sabroso, puré de patata y guisantes, abrió mesa esta vez. Bocado sencillo pero gustoso, que entra solo cuando está recién horneado. Los colores nacionales -amarillo y verde- acompañan en los manteles, cuelgan ramas de eucalipto de las paredes y hay pequeños coalas de peluche en cualquier esquina, entre otros adornos. Hemos venido a divertirnos.


Como plato principal escogí el cuello de emú guisado, algo casi obligatorio desde que participé en pequeña medida en la sugerencia de preparación, en aprovechar la gelatina y prepararlo al estilo del rabo de toro. Y así fue, con buen resultado. Me pareció una carne apetecible y con una consistencia grata, como me pasa con todas las de ese estilo.


Entre los distintos Penfolds "menores" que había para la ocasión me quedé con un monovarietal de shiraz porque me parece su uva fetiche y quería algo acorde con esa fiesta, más tipismo. Este Thomas Hyland 2010 se mostró tímido, tardaba en expresarse. Pero poco a poco, meneo a meneo de copa, fue desplegando especias, algo de pimienta, clavo; notas de cacao y presencia de la madera como con sordina, pero perceptible. No llegó a soltarse del todo a lo largo de la comida, quizá, pero fue un buen escudero ante las carnes. 
De postre me sugirieron esta pequeña bomba golosa, una macedonia macerada con miel y muesli y rematada con una crema de vainilla. Muy dulce pero fácil de tomar por el frescor de la fruta, por sus destellos de acidez. Y todavía pude probar, a modo de petit four aunque nada pequeño, otro de los postres, un bizcocho con dátiles, mientras me tomaba una taza de té y repasaba mentalmente esa comida y otras de años anteriores. 
No descubro nada nuevo, seré el enésimo que escribe que la felicidad está en pequeños detalles. Ese es el sabor de boca que me deja esta comida, mejor dicho, estas jornadas, el conjunto, todo lo que implican. Una suma de pequeños detalles entrañables, casi infantiles a veces, que agrupan recuerdos, anécdotas, que te acercan otra tierra y que intentan que te sientas bien al menos mientras estás en la mesa. Habrá a quien le parezca poco pero yo no creo que lo sea. Así que una vez más salí complacido de allí y pensé que volveré el próximo año, que me tomaré esa licencia frente a una propuesta exótica. ¿Exótica? No, los placeres de la mesa no lo son.

domingo, 20 de enero de 2013

Dos vinos singulares: Musikanto y OVNI

Efectivamente, dos vinos que no tienen muchos semejantes en las tiendas o en las cartas, dos vinos que llaman la atención y que, además de raros, destacan por sus cualidades, así que merecen ese calificativo: singulares.

Poco o nada se parecen entre sí aparte de ese carácter especial, pero por circunstancias caprichosas acabaron juntos en la mesa con los mismos amigos.

OVNI 2011 es un vino seco de Pedro Ximénez. Estamos acostumbrados a las elaboraciones en dulce de esa uva pero no tanto a las secas. Tengo entendido que por su tierra sí se dan pero por el norte no me parece que se prodiguen. De cualquier modo esa fue la apuesta del Equipo Navazos, hacer un vino fresco, desenfadado incluso, y comercializarlo de manera acorde. 

Mi relación con este vino se puede decir que empezó mal. Lo probé poco después de salir al mercado y me pareció insustancial, acuoso, sin cuerpo. En medio del ajetreo que hubo en las redes desde su aparición yo dije esto mismo en varios foros. Tardé tiempo en volver a encontrarme con él y con cierto afán de polémica volví a probarlo meses después. ¡Qué cambio! Aquel vino había crecido, se había hecho serio, no era el mismo. Desde entonces varió mi opinión sobre él y lo tomé varias veces más. En conversación con Ramón Coalla, que tanto tiene que ver con su gestación y que lo distribuye, reconoció dos posibles fallos: haberlo lanzado demasiado pronto, porque era algo ya probado lo mucho que había mejorado con ese tiempo en botella, y esa imagen tan informal. Ahora su vino se había hecho más grande en todos los sentidos, ahora merecería una mayor prestancia para que quien se le acercase lo tomase lo en serio que merece. Aquella conversación, el día que yo iba a comprar esta botella, terminó con el regalo de la misma. Es adecuado señalarlo aquí y es justo agradecerlo.

Pues bien, ahí estaba reservada para compartirla con unos amigos y para conocer su opinión. El resultado fue favorable, gustó en mayor o menor medida. Y sorprendió.

Por mi parte diré que me gusta esa insinuación salina leve, esa acidez contenida y mezclada con una nota amargosa tenue, que me parece capaz de hacer muy buen papel con alimentos informales, con aperitivos, con tapas. Que es fresco y agradable en esa función pero tiene ese aire de los vinos de su zona -Montilla Moriles- con más profundidad detrás. Que su nariz herbácea  atrae, invita a beber. La apuesta ahora será cuánto más puede crecer, cuánto puede aguantar, y por cuánto va a superar su inicial proyecto informal, porque hay más que eso en esa colorista botella.

La llegada a mis manos de Musikanto 2011 es todavía más rocambolesca. A raíz del estupendo artículo que le dedicó Joan Gómez Pallarès en su blog, yo hice un comentario sobre la dificultad de conseguirlo y pocos días después recibí un correo de Rafa Bernabé. En unas semanas tenía unas botellas con varios vinos de Rafa y compartí un breve encuentro con él y su familia, de vacaciones por Asturias. De nuevo es lo propio mencionar este detalle y agradecer el obsequio y el interés puesto en que lo conociese.

Ese encuentro me permitió conocer a otro de esos apasionados elaboradores de vino que parece que viviesen en un mundo ajeno a su mercantilización. Si el día a día son conversaciones grises sobre lo pobre de las cartas, los precios, los problemas de distribución... si eso es lo cotidiano, conocer a apasionados como Rafa Bernabé te reconcilia con el vino, te hace entenderlo de otra manera y te anima a ser optimista. Al fin y al cabo, apasionados, sí, quizá con un punto de locura, pero personas que viven de esto, que tienen su familia y sus necesidades y gustos como los demás, así que es posible, el sueño -el suyo- es posible. Y es posible que nosotros lo compartamos.

Musikanto es... Musikanto casi no sé lo que es. Parodiando la canción popular, ni es blanco ni es tinto; ni tampoco rosado en realidad. Si tenía una raíz tinta

(es de Garnacha peluda) se crió como blanco, más bien, y acabó pareciendo rosado como sin querer, como por azar. Técnicamente, la uva tinta y un contacto mínimo con el hollejo, quizá poco para pensar en la elaboración de rosados; una vinificación "casi" en blanco salvo ese mínimo aporte. Pero no es mínimo, hay mucho ahí. Así que encuentras en él notas de casi todos. El bonito color de un rosado, algunas puntas fragantes que a ciegas podrían hacerlo pasar por blanco, pero la nariz y el cuerpo de un tinto aunque sin ciertos elementos. Pensando todo esto, viendo su carácter y su origen festivo (os sugiero que leáis lo que escribió Pallarès y lo que recoge la web de Viñedos Culturales), a mí me viene a la cabeza el carnaval. Sí, es un vino de carnaval, es un vino que se disfraza, que juega, que provoca el equívoco pero que sabe bien quién es y no engaña, que está ahí, debajo de la máscara.

En fin, otra vez el resultado se parece: sorpresa y agrado. Cada uno aporta su matiz, su preferencia, pero el balance es buen a la vez que extraño.

Desde luego a mí también me ha cautivado este vino juguetón, enmascarado. Está la nota dulce de su grado pero suavizada por buena acidez, está un cuerpo bien armado, un agradable paso de boca y cierta longitud. Están cosas que no esperas y que te arrancan la sonrisa cómplice.

Qué grato es para un aficionado encontrarse con vinos atípicos, que te desafían, que te provocan, y que al final te gusten. Ayudan a hacer amigos más que otros y animan a seguir probando y descubriendo. Por lo menos, conmigo tienen ese efecto.
 

lunes, 14 de enero de 2013

Quince Nudos. Arroces en Ribadesella.

Ribadesella es mi referente oriental de Asturias, es mi centro de operaciones, adonde llego cuando estoy por la zona o desde donde me organizo y me desplazo, la parada obligada en aquella dirección. Antes o hacia el interior hay sitios interesantes, pero me gustan menos. Después hay paisajes muy bonitos, pero me interesan menos. Ribadesella, por tanto, es lugar donde me gusta comer de vez en cuando, de plato o de tapa, con vino o con sidra. Y eso que para esto último ya es punto muy oriental de la geografía sidrera, pero algún sitio hay que lo hace posible.

Así, un día libre de las pasadas fiestas, sugerí a unos amigos ir al restaurante Quince Nudos para poder probar arroces a gusto. Ese problema del "mínimo, dos raciones" me limita a menudo, así que quería aprovechar. 


El planteamiento de la carta es considerarlos plato contundente, principal, y pedir algún entrante compartido mientras -además- das tiempo a que el arroz se haga. 

Total, carta dividida en entrantes, orientados a compartir, arroces, y carnes y pescados como principales. Pero la apuesta personal de la casa es el arroz, que además no es demasiado bien tratado en Asturias, así que me gusta rastrear los sitios que se esfuerzan con él.

Empezamos con unas croquetas de compangu que estaban muy bien. Discutimos algo el rebozado (para gustos...) pero la consistencia nos agradó y el sabor era neto, reconocible, marcado.

El otro entrante fue un pulpo braseado con patatas que cumplió pero que nos llamó menos la atención. El estándar de pulpo de algunos presentes es especialmente alto, que casi todos los comensales somos devotos de Galicia y eso puede marcar, cuidado.


Este cava fue la compañía en las copas. Es un punto débil, la carta de vinos. Únicamente en estos espumosos encuentro algo que me llame de veras la atención, aunque no siempre hay existencias de todos. Este fue nuestro tercer intento, aunque nos lo dejaron al precio (menor) de otra de nuestras peticiones fallidas. La versatilidad de estos vinos le permitió cumplir con todo el menú, aunque tenía cierta nota dulce que no acabó de encajarme con su carácter de brut nature. ¿Maduración avanzada de alguna de las variedades? En cualquier caso no quiero que quede mala impresión: fue un buen compañero líquido.


Pero bueno, vamos al plato fuerte, al motivo de la visita, el arroz. Acordamos pedir dos diferentes para los cuatro y, sin decir nada al respecto, nos sugirieron probar ambos, así que hubo para todos arroz negro con puntillas y ali-oli y arroz meloso con setas y langostinos.

Raciones muy abundantes, punto exacto y combinaciones sensatas, las que probamos y las que ofrece la carta. Unos más fuertes y otros más livianos, distintos acompañamientos, distintos precios. La oferta es buena. A mí me gustó más el de setas (buenas y bien tratadas) pero los dos estaban muy sabrosos. Repetimos otro tanto como lo que veis y todavía sobró. Los platos son grandes, aunque no tengáis con qué comparar en la foto, así que queda más o menos probado que eran raciones grandes y que nos agradaron.

Como postres pedimos crema de arroz con leche y helado de castaña. Los considero un escalón por debajo de los platos salados.

En resumen, una sala modesta pero agradable, una carta de extensión razonable, ajustada al mercado y con precios contenidos. Y ese mimo especial hacia el arroz como seña de identidad. Si la carta de vinos tuviera alguna referencia más ambiciosa, que no tendría por qué ser más cara, redondearía un establecimiento acogedor para buenas comidas o cenas compartidas (por aquello de las raciones del arroz). Añado otro sitio en Ribadesella para mis visitas. Ya tengo alguno en cada rincón de la villa, y de la playa, y de los alrededores. Ahí tenéis otra razón más para que me guste dejarme caer por aquí cuando viajo hacia el oriente de Asturias.

sábado, 5 de enero de 2013

Madrid, museos, mesas y barras.

La última visita a Madrid había coincidido con un valle en la programación de exposiciones, así que la posibilidad de ver dos que me interesaban, Gauguin y María Blanchard, era una buena excusa para volver. 

Para quien también sienta curiosidad por esta faceta diré que la de Gauguin sigue la línea habitual del Thyssen: mucha gente, lo que hace incómoda la visita, pero una buena selección de obra y buena presentación. Oportunidad -que todavía dura- de ver obras suyas al lado de coetáneos que compartieron inquietudes e influencias. En cuanto a la de María Blanchard, en el Reina Sofía, sólo se puede objetar su mala señalización (la acabamos viendo al revés, de final a principio). Si se salva ese obstáculo también se puede ver, con más calma, una selección que ilustra bien la trayectoria tortuosa de esa artista.

Ya, prometo no extenderme más aquí, que lo que esperáis es otra cosa. Sólo había un plan "de mesa" serio, lo demás lo dejamos para la improvisación y lo informal, así que hablaré más de barras, de vinos por copas y de tapas que de mantel y cubiertos. Hablaré de Arzábal, del local nuevo, pequeño como el otro, aunque si lo aprovechas sin mucho público es agradable para eso, para tomarte un vino y charlar. No comimos nada allí en esta ocasión. Hablaré del confuso recorrido -opciones de mi anfitriona- buscando un bar que se había ido al final al local del antiguo Laredo, de cómo en su lugar estaba ahora la Taberna Marcano y de que el Laredo está también en local nuevo pero muy cerca, así que fue un continuo ir y venir, comprobar esquinas y saltar de barra en barra. Llamativo ese Marcano, diminuto pero con oferta atractiva y ganas de agradar. Y aunque pueda ser el de más fuste de los citados, el de más empaque, hubo un lunar en Laredo. No, no es de recibo que en un sitio así al pedir un vino te pregunten lo de "¿Rioja o Ribera?" ni que cuando te quejes de temperatura algo alta te contesten que es la apropiada, "del tiempo".

Vamos con el más formal Álbora. Con bastante ajetreo alrededor nos sentamos y disfrutamos de champán y algunas tapas bien resueltas. Hubo un problema de temperatura con un plato, por sacarlo demasiado pronto, y no tardó nada Jorge Dávila en resolverlo, para rematar en la sala el trabajo bien hecho. Me gustó. No os puedo detallar lo que tomamos porque ya no lo recuerdo con exactitud, pero sí la satisfacción con que salimos de allí. Lo anoto como sitio al que hay que seguir la pista y donde hay que probar con más profundidad la carta.

Previa parada en Viavélez, conversación y vino, la mesa formal esta vez sería la de Sacha. No conocía el sitio y lo primero que me sorprendió -y no para bien- fue la sala, apretada, oscura, poco cómoda. De hecho, no tengo fotos de nada porque resultaba difícil hacerlas con cierta discreción y no me gusta convertir una comida en la realización de un documental. El personal es adusto pero profesional, eficaz. La carta de vinos no da para mucho, la verdad, y también pude comprobar algo que últimamente me molesta bastante, tanto si lo sufro como si lo disfruto, que puede ser: mesas A y B, privilegiadas con cosas que no vienen en la carta y atención especial frente a las de los demás. Y dicho todo lo que no me gustó vamos con lo que nos gustó, comida y vino. Aposté por Alonso del Yerro 2008, con dudas (R. del Duero no es mi preferencia) pero con el buen recuerdo de un 2006, y nos convenció. Había carga de fruta y frescura que resistían al corsé de la madera, resultó versátil. Aparte de un paté cortesía de la casa, que era fino y sabroso, tomamos berberechos, puro golpe de mar concentrado; falsa lasaña de erizos, cuya presentación no es la más cómoda pero que compensaba de sobra por su intensidad de sabor yodado; una ventresca de bonito singularmente buena, por consistencia y sabor, por la suavidad de su grasa; y una pluma ibérica también satisfactoria, la pieza y su tratamiento. Tarta de manzana y un postre de chocolate también buenos, en especial, el chocolate. El precio es alto en sí aunque suave para Madrid. Luces y sombras al final, el sábado tenía que seguir.

Domingo. Después de un paseo por lo más íntimo de Madrid, parada en bares con solera y reflexiones sobre el pasado, después de una sesión vermut extendida, de un aperitivo que no se terminaba, unas cuantas calles confundidas más tarde nos sentamos en Taberneros. Otro día, otra comida, esta, sin premeditación, atraídos por el vino y por lo que decían por ahí personas de cuyo criterio nos fiamos. Me gusta la inquietud de su carta de vinos "colegiada", con equipo de selección de varios establecimientos distintos. Y me llamó la atención esa hoja anexa con el fondo de bodega, con las botellas más raras que se dejan aparte para los apasionados. Convencí a mi acompañante para que probara este argentino Alfa Crux de 2004 y el resultado fue satisfactorio, nos gustó dentro de un perfil que no es ahora el más habitual para mí. Alcohol presente, taninos firmes,
madera marcada pero todo ello integrado y elegante, con buen paso de boca, persistencia y mucho peso; un vino serio. El sitio como tal lo podemos llamar bistrot, por tamaño y pretensiones de la cocina. Eso, por poner alguna etiqueta. En cualquier caso la carta tenía ofertas sugerentes, apetecibles, y escogimos unas croquetas, bastante grandes y sabrosas, buena masa y buena fritura; una ensalada de alcachofas, que estaban en plena temporada; un guiso de morcillo, contundente y que se entendió especialmente bien con el vino, y codorniz escabechada. Todos fueron platos reconfortantes, con ese punto doméstico, familiar, que te hace sentir bien, que te entona. Buena conversación antes y durante esa comida, que propició el clima adecuado, que
sin tenerlo previsto resultó ser de lo mejor, dejó el sabor de boca idóneo para unos días muy gratos. Un postre de chocolate bastante convincente y una tarta de queso que merece la misma consideración sobre lo casero y el bienestar remataron el menú. El precio, además, si exluimos el vino, es muy ajustado. Sin duda es un sitio que tendré en cuenta más veces.

El lunes lo dediqué a otra afición, al callejeo, a errar sin rumbo fijo, a compras que aún estoy disfrutando ahora (turrones en Mira y El Riojano, bombones y crema de cacao en Cacao Sampaka...), a aprovechar con ganas las últimas horas. Acabó bien lo que bien empezó. Acabó bien el viaje que había empezado con el III aniversario de La Tintorería, ese del que os había hablado en mi blog recién "fallecido"; acabó bien el día que empezó con chocolate y churros en la chocolatería San Ginés, un refugio para amantes del chocolate como yo, un local con encanto, digno también de fotografía, pero estaba demasiado ocupado en conseguir que mis churros se fueran empapando en la justa medida, para dejarme sólo las últimas cucharadas en la taza y sin perder la temperatura, que es lo suyo, así que os dejo como dulce remate la foto de uno de los postres citados antes; el chocolate lo tendréis que imaginar. O ir allí a probarlo, claro.

martes, 1 de enero de 2013

Año nuevo. Y tremenda paciencia.

Empieza 2013. El año que acaba de irse ha sido malo y ya sé seguro que este será aún peor. Sé que trabajaré mucho más por mucho menos dinero y en peores condiciones, sé que el camino laboral está casi agotado, que no crece. Sé que casi no dispondré de mi tiempo de ocio habitual, que se resentirán aficiones y amigos. La edad no perdona y la salud va a peor, no puedo esperar por ahí alegrías. Llego a fin de mes usando el freno en las últimas curvas, con riesgo de salirme en cualquiera.

Ha sido tiempo también de decepciones en cuanto a mi afición gastronómica, de pocas novedades interesantes y algunos retrocesos notables. Poca gana me queda de gastar lo que pagaba antes por vinos o comidas, y además ya no tengo ese mismo dinero, tengo menos. 

Y si yo estoy así, la mayoría de la gente cercana no va mucho mejor, por lo que mal les puedo apoyar ni ellos a mí; nos juntamos para contarnos penas y acumular rabia, salvo escasos momentos de calma.

Aquí estoy, familiarizándome con un nuevo entorno informático. Detesto estas tecnologías. Se han enseñoreado de nuestra comunicación, que ha crecido en alcance pero ha perdido calidad. Sistemas que deberían hacernos las cosas más fáciles, hacernos ganar tiempo, pero a los que he tenido que dedicar demasiado esfuerzo sin ganas y excesivas horas, además de molestar a los amigos que saben de esto más que yo. Después de una fallida experiencia con un alojamiento de dominio que ha bloqueado en lugar de ayudar he perdido varias de las cosas escritas, algunas ya no nacerán siquiera. Ha terminado en decepción, en un camino incómodo, corto y frustrado. Así que Gastroerrante, Jorge Díez, ha vuelto a errar, a cometer un yerro, y vuelve a errar, migra a este nuevo formato ajeno, gratuito y simple, espero. Sólo aquello que no me cueste demasiado (ni dinero ni tiempo) y que pueda usar yo solo será mi soporte de aquí en adelante. Adiós, pues, al anterior blog, con seis meses de vida. Una lástima.

Todo ello lleva también a la reflexión de lo efímera que se vuelve la palabra, aunque sea escrita, en estos tiempos. Bien, tampoco yo pretendo más con las mías dedicadas a este asunto. Doy por vivas ya sólo en el recuerdo las de los últimos escritos y aprovecho para empezar de nuevo y plantearme algún otro cambio, para viajar cada día más ligero de equipaje. Aquí sigo, errante.

Así, a la salida de este nuevo  bandazo, es paciencia lo único que queda. Con la poca que tengo, ha sido el único combustible que no ha mermado demasiado en este período. Seguiré compartiendo esta afición a la gastronomía y a los viajes, aunque más modestos y escasos cada vez. Y seguiré con la afición casi mórbida de contarlo. Espero que a alguno de los habituales también os quede paciencia, todavía, para seguirme en este caminar errático. Gracias. 

Salud.