viernes, 26 de abril de 2013

Cenas con bodegas. Ca Suso



Ca Suso me parece uno de los restaurantes más agradables de Oviedo en este momento, un sitio donde todavía se apuesta por la creatividad, por alguna innovación, por divertirse, jugar con platos y recetas, darle vueltas al producto, pero todo con una gran sensatez, con respeto, con medida. La casa de los hermanos Fernández Feito lleva ya varios años ofreciendo, de manera discreta, grandes comidas a sus clientes. Grandes o pequeñas, según la gana, el tiempo, el presupuesto... Pero gratas suelen ser. Han sabido adaptarse y ofrecer fórmulas de menú más baratas para no caer en un bache en estos tiempos, pero esas fórmulas tienen el sello de siempre, no desmerecen. Para terminar esta introducción quiero decir que, en mi opinión, la cocina bien asentada y amable de Iván F. Feito, base del restaurante, ha crecido y ganado ambición al incorporarse a ella Adrián Mancheño, estupendo profesional con buenas ideas. Siempre lo digo y aquí no iba a ser menos.

Además de su carta y sus diversos menús, más algunas jornadas especiales, hace ya tiempo que organizan citas -cenas, normalmente- en torno a algo singular, casi siempre una bodega que desea presentar sus vinos. Se prepara un menú ajustado a ellos y se cuenta con alguien de la misma para describirlos. Este es el caso que nos ocupa, la cena propuesta ayer mismo para tres vinos de Abadía Retuerta.

Tras las presentaciones, una breve historia de la bodega y unos aperitivos (gazpacho de fresa y croquetas fluidas de queso) llegó su Selección especial 2009 que se tenía que entender con este arroz con pulpo y oricios. De los vinos acabaría siendo el más equilibrado para mi gusto, el más versátil, sin pretensiones pero agradable. Con fruta, sin aristas, con buena respuesta en el consumo inmediato. 


El plato, soberbio. Arroz en su punto (tan infrecuente en Asturias, por desgracia) y con una potencia de sabor que sorprendía y cautivaba. Todo sabores intensos pero ninguno desentonaba o se apoderaba de los demás. Repetiría ese arroz infinitas veces.

El Pago Garduña 2010, monovarietal de syrah, a mí me resulto excesivo, desmesurado, una nariz demasiado penetrante. Cierto que había notas florales nítidas, fruta negra, evocación de tinta, chocolate... Pero algo le sobraba, algo lo hacía demasiado punzante.


Este bacalao con chosco y berza sobre caldo de cocido a la menta jugaba al despiste. El bacalao se deshacía, jugoso, medido. El caldo era intenso pero quedaba suavizado por los guisantes y refrescado por la menta. Y el chosco y la berza, picados, casi escondidos debajo, daban un puñetazo de sabor sobre la mesa para que nadie se durmiese ni se llamase a engaño. Señor plato, sin duda.

El tercer vino era el Pago Valdebellón 2009, también monovarietal pero de cabernet sauvignon. Una nariz más contenida que la de su antecesor, un paso quizá más calmado, más amable, pero esa nota dominante de pimiento verde de la cabernet... No estaba verde, no era un defecto serio, pero por potenciar la característica de la variedad tapaba a otras cosas. 


Vamos llegando al final, con el cochinillo sobre jugo especiado, helado de castaña, manzana y apionabo. Aquí hay menos intenciones ocultas que en el plato anterior, todo está a la vista. Una carne suave, untuosa, que se va dejando querer por acompañantes delicados, sin levantar nadie la voz, como si buscaran el sosiego para el fin de la velada. Confortable, si se puede definir así un plato.

Antes de seguir quiero matizar una cosa. Aunque los dos vinos "grandes" de la noche a mí no me convenciesen, hablo aquí desde mi gusto personal, claro, porque estoy seguro de que tienen su público, su buena respuesta comercial, si acaso perjudicada por el precio. De hecho, gente que me acompañaba valoró bien uno u otro. Quizá muy distintos, casi antitéticos, no obstante creo que la mayoría allí disfrutó con dos al menos de los tres. Casi seguro que el primero y otro, este en función del gusto de cada cual.

Ha pasado el tiempo rápido, disfrutando de aquellos platos, y todavía nos espera un final dulce a la altura de lo demás, la torrija con helado de crema. Sencillez, sabores reconocibles, no se debe agitar al paladar, a la memoria gustativa a esas horas, calma. Una vez más lo habéis conseguido, me habéis ofrecido un menú excelente pero sobre todo me siento como en casa. Como siempre.

 

sábado, 20 de abril de 2013

Reconstrucción: El Portal del Echaurren

Segundo artículo de la serie de recuperaciones de los seis meses perdidos de mi blog. Al igual que el dedicado a Bodegas Artuke, lo tendré poco tiempo como cabecera y pido disculpas a quien ya lo hubiese leído y lo recuerde por la reiteración. Una vez más lo justifico por el afán de conservar, de archivar lo recuperable de aquel trabajo y aquel tiempo. Gracias anticipadas por vuestra comprensión. Y gracias en especial a mis acompañantes en aquella ocasión, que tanto me ayudaron a poner esto en marcha y que han conseguido recuperar al menos alguna foto de la publicación original. Serán las que respete.





Gastroerrante, 4 de julio de 2012
El Portal del Echaurren

En los días de gestación de este blog me escapé a La Rioja con un par de amigos que también tienen mucho que ver con esto, son mi soporte técnico para esta aventura. Y raro sería que si yo visito aquellas tierras no intente ir al Portal del Echaurren, restaurante sobre el que ya hablé en mi anterior etapa bloguera pero que merece esta nueva crónica.

Así nos vimos en Ezcaray ante un menú largo y estrecho, el Menú 11 ideas, según su propia denominación. Lo primero que el lector debe tener en cuenta es que estamos ante una cocina que ya alcanza dimensión profesional grande y que por tanto es dirigida, no de trabajo directo. Es decir, el cocinero, Francis Paniego, crea platos e instruye a su brigada para ejecutarlos, no necesariamente estará él siempre en los fogones o su mano detrás de lo que te sirvan. Hay detractores de este tipo de cocina, o que por lo menos la consideran más fría, menos directa, menos cercana. A mí, como siempre, lo que me importa es el resultado final, la calidad de la comida. Porque ante casos así puede haber gran diferencia entre los sitios que no han  consolidado ese magisterio, esa dirección de la orquesta culinaria, y notan por tanto la ausencia del cocinero principal, y aquellos que sí han hecho bien ese trabajo y funcionan como maquinarias bien ajustadas. Hasta tal punto fue así en nuestro caso -y tan seguro está Francis de ello- que fue él mismo quien nos dijo, en la terraza ante su local, que ese día no estaría allí pero que “comeríamos bien, sin duda”. Yo confiaba en ello.

Y empezó el desfile de pequeños platos, la secuencia de bocados ya conocidos o nuevos. El propio menú diferencia cada serie. Empieza con los snacks, su teja de pipas y el pan de aceitunas negras para enredar, para jugar mientras van llegando cosas. En el mismo grupo estuvieron el sándwich de queso de Tondeluna (que además de ser el nombre de una localidad riojana es también el de uno de sus proyectos más recientes, su versión de… llamadlo como queráis, gastrobar, neotaberna. Aún no me acomodo con esos neologismos), un riquísimo y fresco suero de tomate que imitaba un corto de cerveza y la croqueta famosa de la casa materna.

Vienen después seis ideas saladas, desde el carpaccio de gamba -sobre tartar de tomate, ajoblanco y caviar de vino tinto-, con su frescura y sus puntas de sabores ácidos para empezar, seguido por el espárrago blanco con almendra tierna y perrechicos, plato-tierra, apenas tocado lo que la naturaleza ofrece, para llegar a la hierba fresca, una combinación de vegetales en diferentes texturas y flores, este último más impactante para la vista que para el gusto. Continúa la remolacha asada a la sal con tallarines de sepia y esfera de yogur, que recupera esa pureza de la tierra, de la hortaliza que sabe, que enseña sus raíces. Un mar y montaña a su manera, muy bien resuelto. En la misma línea de la hierba fresca, tanto por su denominación como por el concepto, está el plato denominado “bajo un manto de hojas secas” (sic). Si el primero es una interpretación de la primavera este lo sería del otoño, lo que lo coloca un poco fuera de contexto en junio. Le veo el mismo límite: el despliegue de técnica, de texturas diferentes, da un resultado visual precioso pero acaba por tapar en parte los sabores. No obstante ninguno de los platos probados nos disgustaron, todos alcanzan un nivel de excelencia; simplemente entre ellos nos permitimos resaltar los más agradables y explicar por qué otros no pudieron subir a ese mismo pedestal. Y se cerró este apartado con los guisantes lágrima, con yema, patata y vainilla, con los cuales recuperamos otra vez la huerta, la primavera expresada en el reino vegetal, el sabor que tiene que enternecerte a poco que seas sensible por el paladar.

Más o menos aquí cambiamos de champán, porque champán fue lo que acompañó todo el menú; primero, un vibrante Jacques Lassaigne “Les Vignes de Montgueux” de 2007, degollado a comienzos de 2010, chardonnay sincera, carbónico vivo pero fino, notas de manzana, mantequilla fresca, festivo, alegre. Después, a partir de este tramo del menú, un Agrapart Terroirs, mitad de 2002 y la otra de 2003, muy presentes los cuatro años que pasó con sus lías. Misma uva, distinta lectura. Serio, armado, elegante y fuerte para afrontar cualquier plato. Viveza frutal contrastada con notas de avellana, de panadería. La burbuja, inicialmente más ruda pero poco persistente; sólo necesitaba liberarse para irse y dejar al vino, al gran vino que había ahí, expresar su crianza.


Aquí entramos en los tres a los que el propio restaurante les reconoce el derecho a llamarse platos, por antonomasia. Primero, la cigala con brotes de hortalizas, crema de almendras y fondo de puerros. Un producto marino de primera y unas verduras delicadas, sutiles, sabrosas. Otro mar y montaña que incluso mejora al inicial, a la remolacha con la sepia. Si a veces en este tipo de cocina y en estos menús a uno le queda el cuerpo con gana de guiso, como falto de ese punto tradicional en la elaboración, aquí está la respuesta; nadie podría ya levantarse de la mesa con esa sensación. Después, bacalao “a la parrilla”, con sesos de cordero y carbón. ¿Otra vez mar y montaña? No sé, ya no me importaba. Un bacalao perfecto de punto, que justifica este “pescado de interior” del que se abusa muchas veces y que se maltrata tanto. Suavidad, el paladar invadido por esa sensación cálida, las notas ahumadas, la sensualidad más alta que puede provocar una cocina, una sinestesia que casi es impúdico describir. Si me obligan a elegir -no me gustaría- me quedo con este plato como la cumbre del menú. Y finalmente el pichón curado a la sal y asado, sobre una concasse de pera y puré de pan. En sí otro gran bocado, aunque quedó un poco eclipsado por el bacalao.

Sin fatiga llegamos a las ideas dulces. La primera, llamada “bajo el hielo”, fue otro plato que nos conquistó. Torrija con sopa arroz, lima y aroma de pino. Fresquísimo, cítrico, intenso, ideal para limpiar el paladar y dar ganas de seguir. Agradable a la vista, al olfato y al gusto, postre redondo, tanto como para hacerle sombra al siguiente, fresas, pan y queso. Pero si somos justos este último no era menos bueno, con la fruta de temporada nadando en la crema suave, casi espuma, de queso y una base crujiente que ponía más densidad en el conjunto.

Todavía vendrían petit fours y cafés, con variedades para elegir y sus orígenes explicados en la carta (¡cómo echo de menos esto en la mayoría de los sitios!). La satisfacción se nos notaba en la cara, la conversación era distendida, bromas, risas. Hubo unos cuantos fallos visibles en la sala, de los que pueden molestarte en otras circunstancias, pero la prueba máxima de la calidad de esta  cocina está aquí, en que lo tapó todo, hizo invisible cualquier otro “ruido”, nada nos iba a molestar mientras se sucedían aquellas provocaciones sabrosas. Nos daba igual lo demás, los platos eran nuestros cómplices. Ni siquiera importó, y yo espero haber conseguido que no os importe a vosotros tampoco, que si haces la suma no te salgan once ideas, lo que importó fue el acierto de esas propuestas.

En fin, El Portal del Echaurren sigue siendo inexcusable si estoy por La Rioja y sigue siendo uno de los grandes, de los que justifican los reconocimientos de guías y críticos profesionales. No hay trampa, hay cocina, mucha.


lunes, 15 de abril de 2013

Y la tierra de Canarias viajó en botella hasta Gijón


El pasado sábado ya tenía la agenda de la mañana completa. Después de otra afición ajena a esta tocaba ir a Gijón, con calma, disfrutando del primer día de verdadera primavera cantábrica. Bueno, la calma no fue tanta, que siempre me las arreglo para ir justo de tiempo, pero llegué. Llegué a la Tienda de Vino donde Germán Robles Blanco nos tenía preparadas unas botellas para compartir, más que una cata. Sí, porque él tampoco había probado la mayoría de los vinos, vinos difíciles de conseguir además.

Pequeño grupo, ambiente distendido, café para arrancar, que parecía que (casi) todos llegábamos con el viernes pegado a la ropa... La sesión se centraba en una bodega, Suertes del Marqués, en el Valle de la Orotava. Como contraste, dos vinos de Cráter, Tacoronte-Acentejo, y un tesoro dulce. Pero cada cosa a su tiempo.

Empezamos con este Vidonia, mayoría de listán blanco, seis meses en barricas usadas de 500 litros, 13 %. Mostraba madurez que enseguida dejaba el protagonismo a la fruta blanca. Acidez, peso en boca, una agradable sorpresa. A medida que pasó el tiempo, mientras seguíamos probando los demás, su nariz desplegaba más matices, se abría gratamente. Su boca fue más generosa desde el primer momento y luego ya no evolucionó tanto. Sin duda es un vino interesante, singular, un buen vino, pero fuimos algo injustos con él, eclipsado como único blanco (seco) entre tanto tinto sugerente. Debo corregir ese error y reivindicarlo.

El siguiente fue 7 Fuentes 2011, su vino más accesible, con mayoría de listán negra y algo de tintilla. Muy poca capa. Una nota "de cerilla apagada", azufrado. Especiado, con dominio de la pimienta. Frutos rojos casi licorosos. Buena acidez, paso fácil. De algún modo fue la carta de presentación del conjunto porque mostró rasgos que se repetirían, lo que nos lleva a pensar que esa es la expresión del terruño.

 
El Esquilón 2011 tiene más o menos la misma composición varietal pero procede de un viñedo concreto, no de varias parcelas. Quizá un poco más de capa, nariz algo más parca. Menos pimienta, una nota cárnica. Ataque más suave pero más cuerpo, buena boca. A medida que avanzamos les cuesta más abrirse (¿poca botella aún?) pero aportan más complejidad. Nos van sorprendiendo, especialmente porque ni uno ha fallado, ninguna decepción. Cada uno en su estilo, en su sitio, pero todos agradables.
Un aspecto útil es que la web de la bodega es buena, muy detallada. Allí podéis ver composición, suelos, elaboración, todos los detalles que queráis.

Momento de abrir El Ciruelo 2011. Voy a ahorraros las bromas a que dio lugar el nombre a medida que los gustos se fueron decantando. El vino, que es lo que me interesa, es mayoría de listán negra de cepas muy viejas, a pie franco.Vuelve la poca capa y un ribete anaranjado incluso. Arranca algo cerrado aunque enseguida sale la característica nariz especiada. Fruta negra muy presente. Fino, noble, con volumen. Fue otro de los que mejor evolución tuvo en la copa a lo largo de las dos horas de cata.
Los Pasitos 2011, baboso negro pisado a pie, se mostró más amable de entrada. Nariz más frutal, menos especiada. También más cálido, con un punto casi dulce. Elegante en todo caso, no es una calidez pesada. 

El contraste principal, no obstante, nos lo mostró Candio 2010. Este vino sólo se hará si alguna parcela muestra un comportamiento excepcional; esta es su segunda añada. Aquí estamos ante listán negra de la parcela El Barranco. Hay más barrica y más pequeña, con lo que la madera se hace más presente. Es un vino con más extracción; presenta más capa, es más cálido, se perciben notas tostadas. También es el más armado, el de estructura más fuerte de todos. Diría que es un vino donde la proporción entre terroir y elaboración se inclina hacia la segunda. Aunque me gustó me dejó una sensación más conocida, algo más convencional, carecía de la singularidad de los anteriores.

Cambio de bodega y de zona: Cráter 2010, listán negra más un poco de negramoll, seis meses de barrica nueva. Capa media-alta. Algo reducido. Carnoso, notas de ahumados. Le reprocho demasiada madera y un perfil también más convencional, aunque este cambio de estilo al final puede perjudicar la valoración de estos últimos vinos por fatiga. Le pongo yo mismo la cautela a mi comentario.

Y por último, Magma 2008, negramoll y syrah, siete meses en roble francés. Capa profunda. Notas animales y de salazón. Puede haber buen material ahí, no sé, pero este sí que fue el "ausente" de la cata. Obviamente desfavorecido por ser el último, además, no se abrió en absoluto. Quizá con tiempo suficiente -mucho, intuyo- sería otra cosa pero esta vez no fue así. De todos modos anoto la misma reserva sobre mi propia opinión que en el caso anterior.


Para finalizar nuestro viaje imaginario fuimos hasta Lanzarote y nos envolvimos en malvasía con un Canari de El Grifo. 

Esta exquisitez (sí, lo adelanto, lo es, o nos lo pareció a todos) es una mezcla de viejas malvasías dulces de 1956, 1970 y 1997. Dulce, sin duda. Enseguida a algunos les recordó a un Madeira. Dulce, sí, pero no sólo. Acidez impresionante, comedida pero firme. Punto salino incluso. Elementos peculiares que doman el dulzor y que le dan su personalidad única. Ese color ambar tan limpio precedía a notas de miel y de yema tostada. El recuerdo de los frutos secos también estaba allí. Un final que nos supo a poco.
Por resumir de algún modo y acabar, fue una ronda de vinos (no quiero llamarla cata, me resisto) estupenda, sin fallos, con descubrimientos, de vinos con personalidad, distintos, llamativos, sugerentes. De vinos que apetecen. A la hora casi siempre injusta de puro subjetiva de repartir aplausos, pido uno para el Vidonia porque quedó ahí tapado pero tiene méritos de sobra. Pido una ovación para este impresionante Canari con el que terminamos, uno de los pocos dulces que me roba el corazón por todo lo demás que tiene. Y doy mi premio ex aequo a El Esquilón, de rápida entrega, de respuesta inmediata, y a El Ciruelo, más reservado pero de mayor recorrido. Lo único que voy a lamentar es que son tan difíciles de conseguir...





 


sábado, 6 de abril de 2013

Lo cotidiano en 180°C



Es la más joven de las aportaciones que considero interesantes en materia gastronómica en Oviedo últimamente, de esas fórmulas menos grandes que pueden desarrollarse en este contexto mermado, con poco dinero, sin ganas para mucha audacia, donde a todos parece que se nos ha encogido el ánimo. Había que buscar una alternativa aunque fuera desandando parte del camino y han ido apareciendo. O llamando la atención las que ya estaban ahí, las que por necesidad o virtud ya lo estaban haciendo así. Entre las que conozco y prefiero, este local lleva poco más de un año; unos meses más tiene el Naguar, que ya está bien asentado. Y ganan por años establecidos la sensata y rotunda cocina de Ca Suso, que ha sabido adaptarse a estos cambios, o la modestia de barrio bien entendida de La Tabernilla, por ejemplo. La misma intención tienen probablemente locales perjudicados por su tamaño (pienso en La Viña, La Venera o Vinoteo) y seguro que hay más que no conozco pero que  miran al mismo horizonte para guiarse. Aquí cada uno tendrá sus particulares preferencias y ya sé casi seguro cuál es el primer "olvido" que vais a reprocharme (podemos hacer una apuesta virtual) pero este blog lo hago cada día más subjetivo aunque mantenga seriedad y honestidad en lo que digo. Lo que no guste es exclusivamente culpa mía, de mi más o menos errado criterio.

Pero esta vez vamos a hablar de 180°C. No de lo que ya se ha publicado suficiente, que si la juventud del equipo o su formación con gente consolidada, los premios, nada sobre el local y sus antecesores, nada de eso que ya es conocido por tantos medios. Me centraré en una visita reciente y en su menú de mercado, que quizá dé pie a una discusión que varias veces surge sobre el formato de platos que mejor ejecutan.

Visita de una amiga y buena aficionada a la mesa, no mucho tiempo, sin protocolo. Día de semana tras las fiestas, ¿qué producto habrá? La situación más o menos céntrica también puede influir. Acabamos allí. No habíamos decidido nada, tapas o platos, carta o menú, pero nos sugieren desde el principio el menú de mercado, nombre de su menú del día a precio contenido. No lo tomamos como recomendación pero fue una pista, había platos que nos gustaban -los mismos a los dos- y los pedimos.


Una generosa ración de pan con dos tipos, maíz y trigo, frescos y sabrosos, que aunque parezca mentira no es tan fácil encontrarlos, parece buen comienzo. En un cuenco, totopos (nachos) al curry para entretener la espera. Y para llenar las copas el hermano menor de un proyecto balear que me gusta, 12 Volts.

La estructura del menú es la convencional de varios -tres- primeros y segundos a elegir, más postre, pan y bebida incluida. Tomamos agua (¿una de las últimas veces que beberemos Fuensanta? Espero que no por el bien de sus trabajadores y de Nava, pero no soy optimista) y pedimos aparte el vino.

De primero, este arroz con pitu y boletus. Por gusto hubiera preferido el arroz más al dente pero el plato le quitaba el protagonismo, había mucho pollo, boletus con consistencia suave y dados de calabacín, todo bien rico, y se formaba una ración contundente en total, así que era un detalle menor.

Mientras tanto vamos ajustando la temperatura del vino, un poco alta. Nos preguntan por ella porque ha dado algún problema. Es día de abastecimiento y la cava se abre y se cierra más de lo debido. Hay hasta un aire de inseguridad en la pregunta pero me parece buen detalle que se preocupen de cómo salen las cosas y de si agradan o no. 

El segundo es un bacalao con salsa de manzana y sidra. También ración abundante, el bacalao es bueno y está en su punto (todo eso de las lascas que se separan suavemente, ya sabéis) y la salsa tiene un equilibrio entre acidez y dulzor muy logrado, está buena. Unos dados de manzana también tienen su sentido como contraste fresco. El único pero es quizá una tendencia de la casa al napado excesivo, como se aprecia en la foto. Resta demasiado al producto principal aunque la salsa sea buena. Pero como ambos, bacalao y salsa, nos gustaron, lo cierto es que los platos volvieron vacíos, no hubo problema.

Para rematar, dos o tres postres posibles y varios sorbetes. Elegimos el bizcocho de chocolate, que se presenta en dados y con un helado encima. Sabroso y de nuevo saciante, suficiente. La consistencia del bizcocho, denso, aconsejaba esa presentación en porciones pequeñas. La temperatura del helado también estaba bien escogida, se trabajaba bien sin que se fundiera antes de tiempo. Parecerán detalles menores pero están cuidados y el resultado del plato varía si se atienden o si se descuidan.

Un café y unos minutos de conversación antes de pagar. Con la cuenta, moderada, otro buen detalle poco frecuente. Como hemos descartado el vino que ofrecen con el menú nos hacen un pequeño descuento en el escogido por nosotros. Justo, ¿verdad? Pues pensad cuántas veces os pasa.

En resumen, una forma tradicional de comer en entorno agradable y con atenciones. Cocina cercana, comprensible, sin barroquismo. Si sumamos el precio asequible está claro que es un pequeño placer que uno se puede permitir de vez en cuando. No estamos ante grandes creaciones, no hay innovación, no es un gran festín, cierto, pero seguramente no buscamos eso tantas veces, los tiempos no están para excesos y los ánimos se resienten, así que se agradecen fórmulas como esta o como las apuntadas al principio.

Nos replegamos, es posible, pero de vez en cuando daré un giro y acabaré en 180°C, seguro. 

 

martes, 2 de abril de 2013

De la bolsa de la compra a la compra de la bolsa


Hoy voy a hablar de un tema accesorio pero no menor. Porque habitualmente hablamos aquí de comida y bebida y todo eso llega a nuestras casas, o a los locales que visitamos, en distintos envases. Vamos a reflexionar sobre uno de los más cotidianos . Vaya por delante mi preocupación por las cuestiones ecológicas, mi sensibilidad al respecto, y mi actitud casi compulsiva con el reciclaje: no dejo pasar casi nada sin separarlo y reintroducirlo en el circuito de aprovechamiento si es posible. Pero eso no quiere decir que, envueltas en tal bandera tan correcta, vaya a tragarme ciertas prácticas sin al menos patalear. En poco tiempo hemos pasado de vivir rodeados de bolsas de plástico con la publicidad de todos los establecimientos comerciales imaginables a mirar con recelo a ese pequeño objeto, como si él solo fuera a acabar con el mundo si no lo frenamos. Y de esta manera han vuelto las antiguas bolsas de compra y los carritos al paisaje cotidiano de nuestras calles. Me parece estupendo que siempre que se pueda se usen medios duraderos pero detrás del plástico se esconde el truco, así que vamos a moverlo.

Con el argumento de la contaminación que suponen tantas bolsas de plástico desechadas, la mayoría de los supermercados, de mediana o gran superficie, han pasado a cobrar por ellas como medida disuasoria. ¿Lo apoyo? No.

En primer lugar, si el plástico es un problema de contaminación tan grande la única medida disuasoria sería retirarlo, dejar de usarlo. Claro que hay enormes intereses económicos en contra, los de sus fabricantes. Hay alternativas en materiales que pueden parecer menos problemáticos aunque esto es muy discutible (papel) o una especialmente interesante: las bolsas fabricadas con otras materias vegetales, que harían la misma función y serían biodegradables. 

Pero en medio de todas estas opciones lo que nos han colado es ese "copago", valga la palabra de moda de la neolengua, y como ese mal llamado copago no es más que pagar dos o más veces por la misma cosa. Porque las bolsas nunca han sido gratis. Cualquier empresa repercute en sus precios hasta el más insignificante de los gastos que tiene e incluso una reserva para pérdidas diversas, además de su margen de beneficio, así que las bolsas, que se entregaban tan alegremente, estaban incluidas en ese precio que no ha bajado por dejar de ofrecerlas. Y de paso pagabas por hacer publicidad del establecimiento, cómo no. Y a mí me parece que por hacer publicidad se cobra, no se paga. Total, que con esa bonita excusa lo único que han hecho es un estupendo negocio: cobrarte otra vez más un producto que ya tenían incluido en sus precios y que vas a necesitar en muchas ocasiones. Porque pensémoslo bien; ante bastantes vegetales, cárnicos, charcutería y sobre todo, pescado, ¿vamos a prescindir de las bolsas? La alternativa papel es menos resistente y no asegura limpieza y además inutilizaría el mismo para su reciclaje. 

Pero aunque aceptemos el problema de los residuos plásticos como tal pensemos en la utilización de dichas bolsas. En mi caso, jamás, repito, jamás una bolsa tiene un solo uso. Como mínimo habrá venido con la compra e irá después a hacer de bolsa de basura. Para pocos de familia ese formato es bastante adecuado por capacidad precisamente para aprovecharlo, para no desechar la bolsa sin que esté llena, lo que multiplica el problema del residuo. Si me dejan sin esas bolsas tendré que comprar (pagar otra vez) otras que serán mayores, de las que desperdiciaré más materia prima, y que serán igualmente del tan temido plástico. El único que sale ganando es el supermercado, que me venderá otro producto más, más bolsas de plástico. Y a día de hoy nuestros sistemas de recogida de residuos no parecen tener alternativas que prescindan de la citada bolsa, que es incluso obligatoria de acuerdo con las ordenanzas municipales.

He puesto el ejemplo de vida útil más corta de mis bolsas de la compra, ese, o que estén dañadas y no sirvan, en cuyo caso irán a reciclar como plástico en el contenedor correspondiente. Las demás tendrán más usos, volverán a transportar todo tipo de cosas que mueva o entregue, aislarán ropa sucia en los viajes o el calzado en la maleta, irán y vendrán varias veces hasta terminar como receptoras de otros materiales para reciclar y acabar en el reciclaje ellas mismas, varios usos después. Y esto que digo lo puede hacer todo el mundo, no es nada especial, no está vetado a nadie.

Por tanto tendré que adaptarme a lo que las todopoderosas cadenas de distribución impongan pero no lo haré engañado, no aplaudiré su decisión hipócrita de cobrarme más por lo mismo y decirme que es por el bien común. Por favor, mucho antes de que a ningún ingenioso directivo ni al cargo político de turno le preocupase el medio ambiente a algunos ya nos preocupaba. Y nuestros pequeños gestos no salvarán el mundo pero seguro que los suyos lo dañan más.