miércoles, 3 de septiembre de 2014

Teruel



Teruel existe. Después de siete días y más de 1.600 kilómetros (excluidas ida y vuelta, claro) algo más conozco, de la ciudad y de la provincia. Vaya por delante que me gustó, que consiguió ganarme, que volveré, pese a algún recelo y a limitaciones me ha cautivado. Pero no penséis que es un plato de digestión fácil, Teruel es tierra dura y lo mismo que ellos lo pasarán mal a veces se lo pone complicado al visitante en algún momento. No obstante, espero saber mostraros algo de lo que me llamó la atención para que también os atraiga si no habéis estado allí. Vamos a ello.

La rutina diaria es diferente a la que acostumbro. Lo primero, no desayunan, almuerzan. Y ese almuerzo significa bocadillos impresionantes de varios ingredientes, botellas de vino y gaseosa sobre la mesa, platos de cuchara y lo que haga falta. Ni yo, tragón con hechuras de Sancho Panza, me atrevía con aquello. Todavía ahora sigo sin tener una buena explicación, no sé si herencia del trabajo duro de antes o qué. Y siempre salado, lo dulce tiene poca presencia. Incluso las mejores elaboraciones de confitería que encontré, las de Muñoz -que son muy interesantes-, no destacan por muy dulces.

Tampoco alimentar otras necesidades es tan fácil como aquí. En cuanto te pongas en carretera, cuidado, elementos cotidianos como gasolineras o cajeros automáticos escasean, usa los primeros que veas si crees que vas a necesitarlos. Y lo mismo para comer en ruta. Muchos pueblos no tienen apenas hostelería, un bar como mucho y no siempre hay un menú, por ejemplo. Así que tampoco en esto puedes ser muy escogido y esperar, cuando veas una oportunidad con buen aspecto aprovéchala. Además seguramente aciertas. En medio de la escasa oferta encontré bastantes menús baratos y bien resueltos, con cocina casera y cercana.


Ponerse en carretera, esa es otra. Autovía hasta Zaragoza desde hace seis años, pocos trenes diarios para los que se recupera material rodante ya retirado, incluso la equívoca indicación de un aeropuerto, la visión fantasmal de ese aeródromo con aviones que parecen de atrezo y que al final no es lo que aparenta, es una antigua instalación militar reconvertida en base de almacenamiento y mantenimiento de aparatos. Las comunicaciones aquí piden más tiempo para menos espacio, no calculéis como en otras zonas. Provincia montañosa, rampas, pendientes, curvas, asfalto descarnado en caminos estrechos, hay que ir con cuidado. Como compensación se puede disfrutar del paisaje a la antigua, perder la vista en los detalles y pararte a observar.

Clima duro, extremo, población escasa, recursos limitados. La vida cotidiana no puede ser fácil en estos sitios y no van a dedicar sus pocos medios a visitantes ocasionales, así que muchas veces observan al viajero con sorpresa, con extrañeza, pero a su modo son acogedores. Si has llegado hasta allí por algo será. Intuyo, sin saberlo con seguridad, que el resto de Aragón es bastante distinto y que incluso su primer agravio puede que sea con su vecina del norte, con una capital que quizá no atiende en todo lo que necesita a su duro sur. Pero no voy a seguir porque lo desconozco, es más una sensación vaga poco contrastada. 

Si te animas, si ves esas carreteras difíciles y     
castigadas por los inviernos como una proposición llegarás a pueblos muy atractivos, muy interesantes. Paisajes de montaña extensos, donde se pierde la vista, otros más verdes y poblados por pinos, algunas de las mayores alturas de la península. Cascos históricos con mucho que leer en ellos, sitios pequeños donde no esperan visitantes o lugares más grandes donde probablemente vuelven los nacidos allí que han ido a hacer su vida fuera. Mirambel, Cantavieja, Valdelinares, Alcalá de la Selva, Puertomingalvo, Linares de Mora, Mora de Rubielos y Rubielos de Mora; Alcañiz; Escucha, Utrillas y Andorra, tierras de carbón; Valderrobres, Mosqueruela, La Iglesuela del Cid, Villarroya de los Pinares... Y alguno más de paso que ahora me dejo. Y sí, claro, Albarracín. Pero -cuestión de gustos, de lo que uno busca- no fue lo que más me atrajo, ni la población ni su sierra. Impresionante, es verdad, tanto como lo son la explotación turística excesiva o las dificultades de su visita. No dejéis de ir porque además está bien comunicado y cerca de la capital, pero mi querencia es para el cuadrante sureste de la provincia por su paisaje y sus villas, para la zona minera porque algo especial nos vincula y para ese enclave singular del Matarraña que es Valderrobres (o Matarranya y Valderroures, que ya está tan cerca...).

En todo ese recorrido hice muchas paradas a contemplar el paisaje, que no es en absoluto monótono. También encontré alguna tienda con productos de la zona, algún bar con gracia, otros con menos, cocina casera y mucha tranquilidad, un entorno silencioso, solitario, que te deja pensar. Kilómetros sin apenas vecinos, veo lo caro que resulta atender las infraestructuras y los servicios que necesitan y entiendo lo difícil que se hace su vida en muchos momentos. Merecen algo más.

Y cada noche volvía a la capital, la menos poblada de las de España, por donde empecé y acabé el recorrido. Lo que dicen de ella es poco porque poco puede ofrecer, pero es cierto y es peculiar. Es mudéjar por su pasado medieval y modernista por el más reciente, por su momento de esplendor. Concentra muchos ejemplos de ambas arquitecturas en poco espacio aunque sea difícil verlos en calles tan estrechas, pero ahí están. Casas que se dispersan en torno a la Plaza del Torico; torres de San Martín y San Salvador, la Catedral y especialmente, San Pedro. Y los rincones que no salen en las guías, los locales humildes, parados en el tiempo y en los pocos recursos. 

Tuve tiempo para encontrar bares poco visitados por el turista, de parroquianos vecinos, aunque la parada obligada era el Pura Cepa, con algo de inquietud en la pizarra de vinos y una oferta de pinchos de tendencia actual. Por suerte para ellos este tenía el reconocimiento de gente de allí, tenía su público local además del de paso. No fue un viaje con ambiciones gastronómicas así que apenas busqué nada especial, pero el menú de La Tierreta fue correcto y a muy buen precio. Una lástima que sólo tuviesen para comer a otra pareja. 

Las compras las concentré en Muñoz, que tiene buenos chocolates y una repostería exquisita. Suspiros, Besos de los Amantes y Trenzas son estupendos, para no perdérselos.

En fin, que hice buenas migas con esa ciudad tan pequeña, que no madruga aunque se recoge pronto, que almuerza fuerte y salado pero vende buenos dulces, con sus cinco líneas de autobús y donde un taxi es algo exótico, sin distancias ni prisas.

Teruel existe, no es una fantasía, no se apoya en la ficción, es que le han faltado a la palabra, han incumplido promesas y la han dejado con muchos sueños a medias. A su ritmo, con trabajo y con calma, en su pequeña dimensión, Teruel merece más y a mí me gustaría contribuir con estas líneas a convencer de ello a más gente.





7 comentarios:

  1. Me alegro de que te gustara y de que mis "pistas turísticas" te resultaran útiles. ;-)

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    1. Pues sí, tus sugerencias me ayudaron a escoger los recorridos y fueron todos satisfactorios en mayor o menor medida. Sitios que merece la pena conocer. Muchas gracias ;-)

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  2. Nunca he estado en Teruel. Como posiblemente la mayoría de los íberos que no son de por allí. Haces que pese a la dureza vaya a merecer la pena conocerlo. Tomo buena nota.

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    1. Gracias, Mariano. Es verdad que merece la pena dedicar unos días a recorrer pueblos por allí. Al menos a mí así me pareció y me quedé con ganas de profundizar más.

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  3. Teruel es una de esas provincias españolas que como también Guadalajara, Albacete, Zamora, Orense, Soria, Lérida, etc, suelen pasarse por alto por el turismo y tienen muchísimo que ver.

    Tengo un conocido que estuvo en casi todas las esquinas del mundo y en cambio no conoce patrimonios mundiales españoles como Cáceres o Cuenca. En fin...

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  4. Cada día escribes mejor. Un placer leerte.

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