Es plena primavera, hoy sí lo será a todos los efectos al margen de lo que el calendario haya previsto hace más de un mes. Ha venido suficiente sol y, al menos aquí, han vuelto lluvias para decirnos que no nos hagamos ilusiones; ha habido cambios, los que te dicen que has pasado a otra estación; y distintas circunstancias personales también me lo recuerdan: es estación intermedia, es de las mías. Con días más largos, con clima más benigno salgo más, empiezo a viajar. Por ahora lo principal han sido escapadas urbanas, a Madrid, pero vendrán otras.
Por esto y porque la fecha es un día especial allí también, me viene a la memoria Salamanca, como si llamara mi atención, como si me recordara que tengo que contar con ella para esos viajes. Y ya lo sé, no lo olvido, no sé cuándo será ese momento pero volverá. Así que quiero repasar, concentrar todo lo de la última vez.
Tendría que citar callejas, paseos sin prisa ni rumbo concreto, porque lo importante está en ellos mismos, en estar allí a gusto. Hablar de recuerdos pegados a esas piedras, de proyectos, de trabajo incluso. También de placeres que tocan a la alimentación, más de barra que de mesa, de esos cafés o chocolates, de esa caña o ese vino, con los ritos que los acompañan para informarte, para integrarte.
Pero para dejarle pistas al lector, que sigue estas líneas no sé muy bien por qué pero quiere esas referencias, para que pueda probarlas, criticarlas y juzgar así si me sigue dando crédito, hay que nombrar sitios.
De mano de un buen guía pude hacer un recorrido gastronómico placentero. Salamanca ha sufrido, incluso más que otras ciudades que conozco, la pérdida de sitios de "gran cocina" y los cierres de algunos intentos innovadores en poco tiempo. Espero que a pesar de los meses transcurridos desde esta visita todos los que nombro sigan activos y en buena forma.
Disfrutamos de la cocina informal de Lilicook, entre las tapas puestas al día y los guisos ajustados en cantidad y presentación a nuevos gustos urbanos. Muy agradable.
Un planteamiento parecido, algo más clásico, es el de El Alquimista. Menú o carta con recetas que se reconocen, que tienen tradición por más que su acabado o su nombre cambien.
Aunque también da opciones más ligeras y más informales El Mesón de Gonzalo me parece una de las cocinas con más fuste del centro de Salamanca, donde encuentras un servicio clásico de buenos profesionales y propuestas casi intemporales pero con garantía de buen hacer.
De vuelta al ajetreo de las barras me gusta la pizarra de vinos del iPan iVino, buen modelo de taberna moderna, con sus limitaciones pero con bastante que ofrecer.
No obstante, mi parada más repetida es en su vecino Tapas 2.0, el mejor ejemplo que conozco de lo que se puede etiquetar con ese neologismo que tanto detesto, gastrobar, y que en cambio te permite salir muy satisfecho con buen trabajo de cocina en pequeño formato. Cuánto quieras comer y pagar depende de ti.
En fin, que hay variedad para cubrir los afanes gastronómicos del que viene de visita, no os preocupéis.
Salamanca es para mí lo mucho que encuentro en la ciudad pero
hay más. Es La Alberca, que aunque exprima el turismo masivo está llena de rincones bonitos y que te recibe con ese olor a embutido que abre las ganas. Si os gusta el té, buscad la Tetería Singular y perdéos un rato dentro, vale la pena. Es Candelario con sus calles preparadas para una nieve que no admite bromas. Es Ciudad Rodrigo, ya tan cerca de Portugal, y que ha decidido hacer de la anécdota un culto, casi, como puede indicar su Museo del orinal. Si queréis comer allí, ojalá sigan con su buen trabajo en El Rodeo. Si no será por algún achaque de la edad, seguro, porque buena voluntad tienen mucha. Hacéos a la idea de que vais a comer a casa de la abuela, que nadie pida lujos, pero os harán sentir en familia.
Hay mucho más, pero en aquella ocasión escogí estos pueblos concretos, esas paradas.
Como museos menos anecdóticos la ciudad tiene varios además de ser un museo de arquitectura en sí misma. Aunque algunos de los que más me gustan son también los más parciales por su objeto, la Casa Lis y sus artes decorativas y un imprescindible para el aficionado al automóvil, el Museo de Historia de
la automoción. Colección permanente amplia con ejemplares excepcionales y exposiciones puntuales divulgan la evolución de ese artefacto que es todo un fetiche de nuestro tiempo, que tanto nos puede dar y tanto nos cuesta.
Hubo tiempo para contactos, para paseos, para vinos, comidas y compras. Otra vez me orientaron bien para buscar la Carnicería Rivas dentro del mercado y escoger allí el embutido que más me apetecía, con uno imprescindible: el farinato.
Las noches fueron nostálgicas y tranquilas, casi no merecen la cita, aporta poco. Pero para los veteranos del lugar diré que seguía siendo agradable tomarse algo con buena música de fondo en el Alcaraván, La Rayuela o El Corrillo. Con la edad pierde porcentaje de presencia este sector en mis viajes.
Ya dije que las escapadas apuntaron hacia el oeste. Hay muchas posibles pero las que más me gustan miran a la Sierra de Francia o hacia ese otro parque fronterizo y también tierra de vino, las Arribes del Duero (sí, "las", que desde Salamanca se ven en femenino). Pero siempre vuelvo,

la ciudad me llama, vuelvo a cruzar el puente y quiero la misma piedra, las mismas calles. Son calles vividas aunque sea de prestado, poco tiempo. Hay recuerdos bien grabados, hay pasado mío ahí.
Por eso voy a cerrar estas líneas con una foto que os puede parecer rara, que costará reconocer a muchos, pero que me apetecía publicar como símbolo. No conservo una anterior del edificio, la que sí sería conocida, pero se encuentran con facilidad. A lo que iba. Muy poco antes de esta visita a Salamanca moría Mario Estévez Huerta, toda una vida dedicado a la hostelería y una referencia de la gastronomía clásica charra desde su restaurante, El Candil. Sí, la foto es del solar, ya sin el edificio. Se puede ver la ruina, la ausencia, la pérdida. O se puede ver la base, cimientos, precedente que permita reconstruir. Yo quiero verlo así, quiero ver que esa tradición haya sido escuela, que los buenos momentos pasados en sus mesas y su barra nos hagan amar y valorar esa parte de nuestra vida, que nos enseñen lo importante que es disfrutar de pequeños placeres y lo valioso que es el trabajo de quien lo hace posible. No sé si volverá a haber algún local de hostelería ahí, un continuador, pero sí sé que Salamanca seguirá viva y nos dará alegrías también en el plato y en la copa. Y una parte de las mismas se apoyaron en ese suelo, con firmeza. Y esta vez lo puedo asegurar porque Mario Estévez Martín, a quien acompaño en el sentimiento por la ausencia de su padre, ese amigo de varios de nosotros que navega por estos ríos virtuales como El Baranda, ya es parte de ese relato que no cesa con su afición y su labor divulgadora sobre el vino. Porque él fue ese guía sensato que me orientó tan bien esos días. Van para ti estas líneas con agradecimiento y un "hasta pronto".
Id a Salamanca sin dudas porque habrá algún camino para cada uno, tiene muchos.