miércoles, 4 de diciembre de 2013

Maniobra de picado. Casa Marcelo 2013



Un picado puede ser una maniobra necesaria, puede evitar algún problema o llevarnos a un éxito, pero sin duda es una maniobra arriesgada y si sale mal puede ser fatal. Y no es que haya cambiado de tema en mi blog y ahora quiera hablar de aviación, es que es la imagen que me vino a la cabeza cuando observé el cambio radical que entre estos dos pasados veranos dio Casa Marcelo.

El restaurante con más reconocimiento formal de Santiago, valorado en guías, estrella Michelin, etc., dio la sorpresa a principios de este año, cuando anunció su cierre y su reconversión a un nuevo concepto que se acomoda más a esa etiqueta de gastrobar o semejantes que queráis poner. Hay quien incluso interpreta que hubo demasiado riesgo en la difusión de la noticia, que pudo forzar un camino sin retorno; yo no lo sé, no es asunto mío.  

El hecho es que el restaurante detallista, de cuidada mantelería y vajilla, con servicio esmerado, con una cocina vista y abundante personal en la misma y con su menú fijo amplio y con profundidad en las elaboraciones había dado paso, en el mismo local, a una mesa alta corrida, muy poco personal polivalente (atendían cocina o sala según se diera la circunstancia), manteles de papel de propaganda de Estrella de Galicia y cubiertos desechables de madera que tú mismo debías coger de unos botes repartidos por la larga mesa. Pocas veces (o ninguna) he visto una transformación tan radical ni una reducción de costes tan extrema, verdadero descenso en picado vertiginoso.

Ya adelanto que yo disfruté de una buena experiencia, que comí agradablemente, pero mi conclusión final no concuerda con mi propio caso aislado. Porque comí completamente solo, único comensal de dicha mesa interior. Era verano, sabéis que escribo estos artículos con mucho retraso, y ofrecían las mesas de una terraza superior, pero a mí me gustan poco las terrazas, en especial, para comer, así que rehusé la oferta y me quedé abajo, en la sala que yo recordaba como comedor de otras veces. De esa manera no tuve ningún problema de espacio o de elección de sitio, ni para levantarme a coger los cubiertos o para cualquier otra maniobra que tuviera que hacer. Pero ahora imagináos eso en un momento de más actividad, sois varios y queréis sitio juntos, o vas solo y tienes que abandonar tu sitio para ir a por algún accesorio de los compartidos mientras la gente está al acecho de un hueco. Y dónde pones lo que lleves, bolso, prendas de vestir, etc. La comodidad se pierde en cuanto la mesa esté llena, es incluso menor que la de una barra.

Vamos con la comida. Con la pintoresca etiqueta de japomundigaliciantravel (sic) quieren describir una carta de tapas donde asoma algún rasgo de cocina asiática. Teniendo en cuenta la temporada y la temperatura yo elegí xurel asado y ahumado, tataki de bonito de Burela y mejillones en escabeche. Escabeche suave de factura propia y presentación "en lata". Un bonito que se defiende solo como producto, por su propia excelencia. Y un jurel ahumado al romero que terminan en el momento de servir para que el aroma se despliegue y complete la experiencia. Eso en mi caso, que podía disfrutar de la sala para mí. Me imagino lo que pasa si el jurel lo pide el comensal de al lado mientras yo estoy con un postre, por ejemplo. Me vienen a la cabeza esas odiosas "piedras" para carbonizar carnes en la mesa, invadir con su olor comedores y si llega el caso, salpicar al vecino de grasa. 

Todo esto lo fui acompañando de copas de Pedralonga, dentro de una oferta de vinos pequeña, nada que ver con su antigua carta, aunque había cosas con las que salir del paso. 

La oferta de platos/tapas es pequeña aunque variada y ajustada a la estación. Ahora bien, si no cambia con frecuencia tengo la sensación de que se agota enseguida. Al mirarla para elegir me di cuenta de que comería aquello que pedí y me daría para otro menú en otra ocasión; a partir de ahí tendría que repetir. El nuevo modelo de negocio llevaba entonces poco tiempo funcionando y no puedo juzgar por una visita, pero no sé si tendrá suficiente capacidad de respuesta, de cambio para captar a una clientela local frecuente. Porque en los tiempos que corren y con ese concepto de establecimiento creo que es la apuesta: rotación abundante sin demasiadas pretensiones, y eso se apoya sobre todo en público local, a mi entender. Pero claro, tienen que ofrecerles variedad o creaciones emblemáticas que la gente pida una y otra vez. 

Tienen un apartado dulce con las mismas características. Yo elegí cerezas al Amaretto con helado de queso Quark. 

Al final la conclusión es fácil: experiencia agradable en esta única vez pero muchísimas dudas sobre la posibilidad de repetirla. Veo limitaciones e inconvenientes que se harían presentes a la mínima; de hecho, para el negocio es lo deseable, en la medida en que necesitan aquella mesa lo más llena posible, no con un solo cliente. Por eso me marcho con recelos aunque mi estancia fuese grata. 

Por cierto, aunque ya sabéis que no doy precios habitualmente por una serie de razones que no viene al caso volver a comentar, en esta ocasión voy a hacerlo porque creo que sí es relevante para valorar la fórmula, el cambio de modelo tan drástico. Las tres tapas, el postre y dos copas de vino costaron 42,40. ¿La diferencia de precio es proporcional a la diferencia entre el antiguo Marcelo y el nuevo? Ahí dejo la pregunta para quien haya conocido uno y conozca ahora el otro.


10 comentarios:

  1. Tú dudas en repetir la visita. Yo lo tacho directamente de mi lista y más viendo el nivel de la competencia en Santiago.

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    1. Toni, en mi caso pudo la curiosidad por ver los cambios, la escasez de oferta un domingo de verano y el hecho de que hubiera tanto sitio. Fue el único no planificado -tampoco admitía reservas- del viaje.

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  2. Yo no Conozco ni este ni el viejo, pero x lo que dices y cuentas 42 eurazos en un gastro para lo que comiste y la falta de servicio....me da que el verbo no tiene conjugación. Quiero decir, ¿ ahorras costes y no bajas precios quitando servicio y añadiendo incomodidad propia de buffet?.......no pega.

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    1. Quizá quedó mal explicado lo del servicio, no es tan extremo como un buffet. Te toman nota, te ponen el peculiar mantel (por cierto, el baño está empapelado con el mismo papel, aunque sin el logotipo de la cervecera) y te sirven los platos y el vino. Los cubiertos y las servilletas sí son autoservicio. Y el personal simultanea sala y cocina, eso también.

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  3. La reconversión de aquel pedazo de restaurante en "esto" es una lástima. Yo sí he tenido la ocasión de estar en esa mesa estando llena, y es un infierno de incomodidad y de ruido.

    En cuanto a la pregunta que lanzas, mi respuesta es un "no" rotundo: el original suponía un desembolso mínimo de unos 80 € por persona; sí, era dinero, pero yo preferiría no poder ir tan a menudo como se puede ir ahora, pero salir con la cara de satisfacción con la que salía de allí antiguamente. Estoy de acuerdo con Toni, yo lo tacharía de la lista de imprescindibles de Santiago, y no creáis que no me da pena.

    Por cierto, he tenido la ocasión de ir a A Tafona un par de veces desde tu entrada, y me da la sensación de que las cosas les van mejor desde entonces, aunque no sea más que una sensación subjetiva, ya que los entresijos de la casa sólo ellos los saben. Les deseo la mejor de las suertes, porque clase les sobra. Un saludo desde Galicia.

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    1. Xosé, muchas gracias por tu aportación. Completa lo que decía, ya que tú sí has estado en la mesa llena y... :-( Sobre el precio yo no quise establecer la comparación pero estoy totalmente de acuerdo contigo. Y no es que no llenasen con ese precio, era otra cosa, una referencia gastronómica que atraía mucho público foráneo.

      Respecto a lo de A Tafona puedo confirmarte que es así, ellos mismos me lo dijeron en noviembre, cuando fuimos como catadores para el ranking de vinos de menos de 10 euros. Cené allí con unos amigos y me confirmaron esa impresión. Me alegro mucho y espero que siga así.

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    2. Personalmente, creo que al señor Marcelo Tejedor se le ha ido la mano esta vez, y créeme Jorge cuando digo que me da mucha pena, era una casa en la que siempre había disfrutado muchísimo, un sitio especial en el que siempre conseguían sorprenderte (me acuerdo de la primera vez que comí el Tomate Kinder, o la Patata-Puerro, o la Sopa de Rosalía...), con la sala llena, notas de Jazz flotando en la atmósfera, y a dos metros de los cocineros, esperando la siguiente vuelta de tuerca. Ni mirábamos la hoja del menú al entrar, queríamos mantener la incógnita hasta el último momento.

      Supongo que la baja de Iván Domínguez tampoco habrá ayudado mucho, pues al fin y al cabo él era Casa Marcelo.

      Y soy tan crítico porque éste era, y no sólo por razones gastronómicas sino también personales, mi sitio. Menos mal que nos queda A Tafona... Un saludo desde Galicia.

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    3. Poco o nada que añadir, Xosé, para bien y para mal; lo suscribo.
      Un saludo.

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  4. Señor Gastroerrante. Nos tiene abandonados.

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    1. Lo sé, Toni, y lo siento. Porque no es que el blog esté cerrado pero últimamente tengo muy poco tiempo (bastante trabajo, bastantes cargas domésticas...) y dudas acerca de qué quiero seguir haciendo con esto, qué quiero publicar, en qué tono, en qué sentido. Pero habrá cosas, de hecho, hay mucho en el tintero, sólo que entre uno y otro se retrasan demasiado.

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