lunes, 22 de diciembre de 2014

La visión de El Roto



En El País de hoy viene esta viñeta de El Roto. Soy persona de hábitos antiguos, como leer el periódico en papel o fotografiar la viñeta en lugar de descargarla. Antigua es también la escuela de vida de Andrés Rábago, El Roto. Y sin embargo sus trazos breves, su tinta sobria, sus frases cortas son trallazos, apuntan a lo más hondo y aciertan el disparo, tiene más carga de actualidad que cualquier recurso técnico moderno. Nada más ver la viñeta de hoy me captó, asumí la sentencia, es lo que pienso hace tiempo de estos medios, los blogs.

Cuántos se creyeron al otro lado del espejo, creyeron ser el nuevo periodismo, la nueva crítica, la independencia, la verdad, la pureza. Y no eran más que una sencilla opinión, mejor o peor expresada, sobre un tema que interesa al autor y quién sabe a cuántos más. Porque en el torrente de la facilidad de publicación no es sencillo que se fijen en ti ni es sencillo encontrar una línea que te interese, unos argumentos convincentes y amenos sobre un asunto que te gusta. Claro, un blog puede ser sobre cualquier cosa, algunas trascendentes, pero los que tratan sobre meras aficiones... En fin, quisiera ser tan sobrio como El Roto para plasmar mi ánimo hacia este medio ahora mismo.

Creo que el día que perdimos lo que tenía de tertulia de café, de intercambio de opiniones y sugerencias entre amigos, en confianza, pero hecho en un espacio público y abierto al que pasase por allí con una mínima cortesía, creo que ese día matamos un poco el mayor interés de los blogs. No tengo claro cuándo ni cómo fue, ni siquiera me interesa pensar en ello, sólo toca replantearse a qué dedicar tiempo y mínimo esfuerzo para compartir afición y cambiar impresiones sobre ella.

Y así, rotos, de momento seguimos a la espera, somos pasajeros en tránsito, estamos casi en un no lugar, sin poder definirnos, sin haber llegado a destino.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Asturias y Teruel, minas y museos



Estas líneas recogen más pasado que futuro, más historia que proyectos, más memoria que ilusiones pero eso no les resta valor ni importancia. No a la calidad de lo que yo escriba, claro, sino al contenido al que se refieren. 

Me voy a adelantar para ahorrar tiempo todos. Sé cuánto se puede discutir sobre energía, sé lo limitado de los combustibles fósiles, que se agotan, sé lo contaminante del carbón, sé de su tremendo impacto ecológico. También sé del peculiar entorno de algunas cuencas mineras, de cómo la riqueza temporal las alteró, incluso sé del entramado sindical a su alrededor. Sé todo eso y cuánto puede decirse en contra, sin duda. No rehuyo el debate con esto, sólo lo apunto porque voy a hablar de otra cosa y no quiero que nadie se escude en ninguna de esas razones para ocultar lo demás, lo que hoy me ocupa. Porque hoy quiero hablar de parte de lo que significó y de cómo eso está dentro aún de muchas personas. 

Para la Historia (la ciencia) queda el peso económico de la minería del carbón en su momento y la transformación social que ejerció en cada sitio. Para muchas familias queda otra historia (el relato, el recuerdo) que las ha marcado o todavía hoy las mantiene y condiciona. 


Asturias siente la mina, Asturias es minera. No tengo antecedentes familiares en la minería, sólo un abuelo al que no conocí pero trabajó en las oficinas, no en el pozo. No he bajado a un pozo real nunca. Sin embargo, creo que al igual que casi toda Asturias, llevo el carbón dentro. Aún recuerdo el gravísimo accidente del Nicolasa en 1995. Estaba con un amigo en Oviedo tomando algo sin preocupaciones. De pronto en los bares cambiaron de canal la televisión, buscaban en la radio los que tenían una, todos nos pusimos alerta. ¿Pero qué había pasado, a cuántos había pillado aquello? ¿Quedaba gente dentro? Todos nos rompimos un poco, nos emocionamos, no sabíamos qué decir ni qué hacer... Pero todos queríamos decir y hacer algo, teníamos que decir y hacer algo. Porque la minería del carbón ha marcado tanto nuestra economía, nuestra historia, nuestra vida que hasta los ajenos a ella la sentimos, la compartimos. Cada vez que uno de esos malditos accidentes sucedía -y fueron muchos- la gente cercana corría a ver qué podía hacer, buscaban afectados, consolaban a familias, se acercaban a un pozo donde no iban a poder ayudar pero del que no podían despegarse. Llegaban a poner la venda antes de la herida incluso, maldecían, culpaban a lo divino y lo humano. Lloraban de dolor, de rabia. Sacaban al pequeño héroe que podían llevar dentro, desde la solidaridad más inmediata. Iban a donar sangre al hospital o aplaudían al personal de la Brigada de Salvamento Minero (personal muy capacitado, por cierto), no sabían qué más hacer, todo menos quedar indiferentes.


Seguramente el tiempo del carbón, así, en grandes palabras, ha pasado. Son demasiados los intereses, demasiados y poco nobles, sin intención de darle oportunidad, sin intención de buscarle salida honrosa y práctica. Intereses que no obstante no tienen mayor escrúpulo para aprovechar la importación sin atender a condiciones sociales o ambientales de origen, ningún escrúpulo para apoyar o ignorar proyectos salvajes en otras partes del mundo, ningún escrúpulo para manejar caprichosamente subvenciones poniendo al carbón como excusa. 

Puede que por tanto ya tenga más espacio en los museos, como preservación de un pasado, de una memoria, que en nuestro día a día. Museos muy interesantes que existen en varias zonas mineras. Museos como los de Arnao o Samuño pero sobre todo el MUMI aquí en Asturias. Aprovecho para recomendar la visita y observar con atención lo que nos dicen. 

 
Aunque en Asturias, por su extensión y difusión, por su peso especial en la historia reciente, tenga más presencia, esa minería es significativa en cada cuenca carbonífera donde se practicó. Y tenía una pequeña deuda con Teruel, cuya zona minera visité el verano pasado, cuando me acerqué a Utrillas y al Museo de Escucha. Deuda porque ese museo también tiene mucho que contar y mucho interés pero no tiene tanta difusión o tantas visitas como nuestro MUMI, seguramente. Por eso, igual que animé antes a ver los nuestros a quien esté por Asturias animo a quien esté por Teruel a acercarse a estos y valorarlos.

Hoy no dejan a nuestras minas darnos mucho más, les van quitando peso en nuestra vida, pero no podemos olvidar que durante muchos años y hasta hace bien poco nos calentaron, nos permitieron cocinar, nos dieron de comer. Y hasta forjaron un carácter singular. Todo eso con muchísimo esfuerzo, con trabajo duro. Todo eso en condiciones penosas. Todo eso pésimamente pagado en sus inicios, que los orígenes de la minería no están en los sueldos altos, en los coeficientes reductores, en las prejubilaciones ni en el Pozu Moqueta (1), hay que leer el pasado y no faltar a la verdad. Y lo principal, todo eso -de lo que muchos nos beneficiamos- costó mucha sangre, costó muchas vidas. Así que quiero recordar ese pasado, esos orígenes, tantas luchas por que se reconociese su dignidad y por mejorar sus condiciones. Quiero recordar tantos pequeños pueblos con sus vidas cambiadas, con un antes, un durante y un después de la mina. Pequeños pueblos como Turón, al que se lo debo por raíces familiares, o como Escucha, al que se lo prometí después de aquel viaje. Para que no caigan en el olvido, para que no les demos la espalda, para que no los abandonemos. Porque el carbón tiene otro efecto que no estudian químicos ni ingenieros, hermana, crea vínculos especiales entre quienes le han tenido que pagar un precio tan alto. 

Hoy, festividad de Santa Bárbara, me parece oportuno recordarlo.


(1) Pozu Moqueta es como conocemos en Asturias a las oficinas centrales de HUNOSA.

Todas las fotos corresponden a Escucha y Utrillas (Teruel), al exterior de sus museos mineros.