miércoles, 16 de julio de 2014

Una semana cualquiera


Julio, verano, se alteran los horarios, las costumbres. No tengo más días libres hasta agosto, nada diferente para mí (que por otro lado no quiero, no es el verano la época que me gusta para viajar ni para celebrar nada especial). 

El trabajo es lo que es, obligación, nada más. Otras dedicaciones serias se suelen aletargar en estas fechas aunque este año es un poco diferente, sí tengo que sacar tiempo para alguna. Pero todo eso queda al margen de este cuaderno de ocio.

¿Cuánto hay de rutina, de anclaje a unas costumbres, y cuánto de verdadero placer en esto? No sabría qué deciros, algo hay de cada. En fin, esto puede ser la idea de lo que dedico a nuestras aficiones en algo más de una semana, en una cualquiera... O no. Porque es quizá la última con todos mis locales disponibles, luego vienen las vacaciones, los cambios de descansos y todo eso. Porque esta tengo todavía a buena parte de los amigos por aquí, los mismos que se irán en breve de vacaciones. Porque esta acabo de llegar yo de viaje, con provisiones, con novedades. 

Yo cuento las semanas desde su final, que es cuando me interesan, cuando el tiempo es para mí. Y el final de la anterior, que es el principio de esta, puede empezar en cualquiera de mis barras habituales, por ejemplo, la del Naguar. Algún vino interesante, unas tapas si algún amigo se empeña, conversación...Repasamos mi escapada porque alguien va a hacer una parecida, así que es relato y también son planes. Planes que pasarán por sitios así allá donde van a ir.

Muy bien, este comienzo es fino, podría decir, aunque los hay más tumultuosos. Sigamos.

Algún producto nuevo, venido conmigo del viaje, desde Galicia. Otros ya conocidos aunque también de fuera, de Madrid. Reencuentros con alguno más pero comprado aquí. Me viene a la cabeza aquello: todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda. Lo primero, no en el caso de la gastronomía; lo segundo creo que no; lo tercero, seguro. Pero en esta parte ya de la película no es lo que más me preocupa, la verdad.  


Más. Más comida y bebida, claro, qué iba a ser. Bueno, no, no sólo. Es observación, casi antropología. Es charla con conocidos y amigos, aunque sea a fuerza de ser cliente. Es algo más para mí. También porque conozco a quienes están detrás. Sé qué hacen parte de su tiempo elaboradores, distribuidores, hosteleros. No les cambio su trabajo pero lo agradezco y lo respeto porque me beneficio de él. También llega a cansarme, siempre lo mismo, los mismos sitios, las mismas caras, las mismas propuestas. Ya, y yo ¿qué tengo que ofrecer a estas alturas, algo nuevo acaso? Creo que está todo compensado.

No están mal últimamente las pizarras de vinos que más conozco, tengo para variar. Ónix, La Perra Gorda o Castrillo de Duero en La Tabernilla; repite Castrillo, más La Movida o Leirana entre otros en Naguar; Gramona o Escolinas en 180.  Y también para variar me dejo llevar a algún sitio nuevo y a cocinas que no frecuento, esta vez, con buen resultado. 

México. Qué oportunidad más buena para recordar América, antiguos viajes que de verdad me cambiaron, para reflexionar sobre lo que está detrás de la cocina. O simplemente para comer bien y a buen precio, que no hay que complicarse tanto un viernes con unos amigos. Las complicaciones ya me las llevaré yo puestas a la cama; la cena, en Los Molcajetes, fue para disfrutarla.


Quería haber ido a la Semana Negra un día laborable, para evitar aglomeraciones, pero por otras tareas no tuve tiempo, qué largos se me hacen a veces esos treinta kilómetros de nada que me separan de Gijón. 

Por algo extraño, esos mismos kilómetros son más cortos por la mañana. Sí, ya sé que la Física dice lo contrario pero es así. Por lo menos lo fue la mañana del sábado, la que me recibió con mucho sol y unos cuantos
coches sugerentes, de los que me quedaría con este viejo Mustang intemporal y veraniego. Daba ganas de dar una vuelta. 

En otro coche, en el mío, volví a Viesques todavía con el recelo de los muchos años en que iba por obligación. Pero también fui muchas veces entonces a comprar o beber buenos vinos o a comer bien. Tiempos de La Tienda de Vino en su primera ubicación, de La Maleta del Loco, de El Perro que Fuma en su primera etapa... El motivo esta vez era conocer El Medio Lleno. Me gustó, local amplio, cuidado, oferta de vinos fuera de lo común aunque eso tenga un precio. Me queda pendiente probar algo de cocina pero mi final previa a la del Mundial entre un Kerpen y un Finca El Origen, riesling contra malbec, también llegó a la prórroga muy igualada, cada uno en su estilo.

En fin, esta semana que adelanta lo que trae el verano se acaba. Una terraza, una parrillada, vinos frescos; el guión lo exige. El recién embotellado Vid Vicious gana adeptos cuando lo presento y por fin resuelvo una antigua deuda con Sedella, me reconcilio con ese tinto de Málaga del que me hacían esperar cosas que no había podido encontrar hasta ahora.

¿Qué más? Cierta orfandad, la que me dejan los locales habituales cuando cierran por vacaciones, sobre todo, cuando me quedo sin el refugio último en tantos sentidos que es la sidrería Silla del Rey. Arturo se merece el descanso más que nadie pero me descoloca durante un mes. No es un local para cualquiera y menos a la hora canalla, de noche, con cierta gente que... (Para, Jorge, eso no es objeto de este cuaderno tampoco). No estará de más que me quede alguna vez en casa, y de paso puedo beber los vinos que se quejan del calor, como el Goliardo que ilustra la entrada. Además, aunque sea muy selectivo con las sidrerías, la sidra es humilde y se deja tomar en muchos sitios, no me faltará para soportar el mes.

Si alguien no le ve sentido a estas líneas le doy una pista: esto es el día a día de las aficiones que compartimos, agradable pero modesto, muy por debajo de los episodios más brillantes de viajes, restaurantes grandes, etc. Y esto además es lo que ahora se va a vivir a otras redes (Twitter y, sobre todo en mi caso, Facebook) y deja despoblado el blog. Por eso quise hacerle esta maleta de verano, para que viaje por estos días un poco más equipado. Sin más pretensión.

Disfrutad todo lo posible y descansad todo lo necesario.

 

viernes, 4 de julio de 2014

Junio



Se ha ido junio. Se ha ido y se ha llevado cosas, tantas como ha dejado. Se ha llevado, sobre todo, la primavera para dejar un verano que me gusta mucho menos. Pero no quería hablar de eso, qué va. Junio siempre es un mes importante para mí. Lo es en primer lugar porque nací en él, porque cumplo años, y eso me recuerda el paso de los mismos, me advierte que ya va corriendo el segundo tiempo hace un tanto, que ya no es hora de hacer grandes planes ni aplazar casi nada salvo lo que no quiera que llegue. Me impulsa a recapitular. Junio, lleno de acontecimientos trascendentes (y ahora hablo de los ajenos a mi persona), previsibles o no tanto, alegres o no, pero decidido este año a ser un punto de inflexión. Recordaré junio de 2014, sin duda, y no seré el único aunque sea por motivos diferentes.

Este diario también ha envejecido, pasó su tiempo asimismo. Se acabó la tertulia en él, se desplazó a otros medios y se diluyó en las prisas. Se gastaron mis ganas iniciales y he chocado decenas de veces con un entorno que hace desagradable incluso escribir sobre esto, sobre lo que creí que no me traería problemas. 

Ya no tengo tiempo ni ganas para grandes definiciones, para palabras mayores ni para especialización, lo dejo ir. El que me quede me reclama asuntos más serios -este no lo era, no lo fue nunca- y me exige los momentos que cada vez escasean más. Así que hay que soltar lastre para seguir el viaje. Con la edad se pierde fuerza y sobra peso, sólo puedo aligerar el equipaje para compensar, dejar por el camino aquello que me hace daño cargar.

Fuera de este cuaderno hay mucho más, está lo demás, lo trascendente, lo que no es amable, lo que no puede serlo. Dentro queda esta cuerda que me sujeta todavía a algún placer mundano para hacer más llevadero el día a día, asuntos menores. Y de eso voy a hablar, al paso, a saltos, en breves notas. 

El preludio lo escriben mis celebraciones de cumpleaños, claro. Con unos y otros paso por Gloria o por Güeyu Mar, por la mesa de Naguar o por varias barras frecuentes, de vino o de sidra, más elegantes o más vulgares, del populacho, de lo que soy, que nadie se engañe, sobre todo, yo mismo.

Un año más, cuatro ya, el mes casi empieza en el confín occidental, en Tui, imprescindible. Qué buena gente, qué trabajo, qué mérito. Esa noche mágica previa, ese reencuentro, el ambiente especial, hay magia. Tui, sinécdoque de A Emoción dos Viños, no merece que yo la describa, es mucho más grande, hay que vivirla. Sólo puedo alegrarme en público una vez más de haber estado allí y decirlo bien alto. 

De allí a Madrid, no al cielo, a la calle, a las calles que me gustan, a esas que ya me han adoptado y enseño a los demás como mías. Pago el tributo del turista, que la ciudad grande no perdona; me dejo llevar por la pasión de quien vive un Madrid de viaje, de paseo, de quien no lo sufre a diario, lo sé. Pero eso no me aparta, sigo disfrutando en Huertas, en Chueca, mucho más en Malasaña, cuanto más barrio y menos escaparate, mejor. Hago la ruta menos canalla esta vez, a la medida de mis acompañantes. Apartamos con los pies los restos de una coronación al pasear por el centro, buscamos altura para contemplar y nos damos a nuestros vicios: los desayunos en Toma Café, el té en Vailima, todo el encanto castizo del tiempo detenido en La Venencia, la sorpresa agradable de De Rodríguez & Salas, la suculencia y el saber estar de García de la Navarra,
la confirmación de Moratín. Buscamos lo menos visitado y nos metemos en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuanto más pomposo el nombre más sencillo el disfrute del contenido. La Plaza Mayor, lugares históricos, lo que han hecho del mercado de San Miguel. Más restos: Palacio Real, Plaza de Oriente. Hacia Sol, y les apunto la chocolatería San Ginés para cuando llegue el frío, les doy la pista de los turrones en Mira (ya los han probado, ya les he llevado cosas), paramos ante Lardhy como ante un decorado. Otra zona, Plaza de España, poco que ver, pero una mirada a Martín de los Heros es obligada para aficionados al cine. Templo de Debod, guío hasta allí a unos portugueses, como si yo no fuese visitante también; lo que me trae aquí es asomarse a mirar al sur, que ya no es lo mismo. Como no es lo mismo recorrer La Palma entera desde Tribunal y estrellarse contra el Conde Duque, un desafortunado continente al que dejaron sin apenas contenido, una víctima de la peor política cultural que se puede hacer, con lo que pudo haber sido.

Vuelvo hacia el noroeste. Galicia es paisaje, es vino, son los placeres de la mesa y la copa, nada más necesito para caer en la tentación. Y como este año no iba a volver en pleno verano decidí no esperar, reincidir, dejar casi el lecho caliente y soñar otra vez. 

La idea era hacer la parada que no quiero evitar nunca en Santiago y luego buscar costa, vistas, relajación... Pero no iban a dejarme los cómplices ocasionales. 

Desisto de buscar la definición más precisa, no sé si amigos o qué, pero sé que allí encuentro gente que me hace sentirme en casa y eso es mucho para mí. Otra vez Singulario y otra vez vinos recién presentados, otra vez A Tafona y otra vez Lucía Freitas me sorprende con el plato más tímido, más sencillo, que crece y se vuelve el más grande, que se clava en el recuerdo y me devuelve algo de pasión por la cocina, que buena falta me hace.

Y de ahí a Pontevedra. Cuando digo que no me conviene esa calma, cuando hablo de cómplices hablo también de azar. La primera noche, nada más entrar en Bagos, el templo del vino allí, me encuentro a mi paisano David Barro cargado de vino para intercambiar con Adrián y Fernando, los demiurgos que hacen que la calle Michelena cree un universo. Más de quince botellas abiertas, golosinas que salían sin parar de la cocina, las cuatro de la madrugada... Hasta aquí puedo escribir. De acuerdo, suerte, no era momento para descansar. 

De ahí en adelante, todo confirmaciones de lo conocido o lo anunciado. 

Me encanta ver la nueva vida de Loxe Mareiro, pienso que la gente de Abastos 2.0 han hecho, además de algo agradable y una buena mesa, un relato coherente y respetuoso con lo que era ese sitio entrañable. 

La visita a Portonovo me descubre por fin ese rincón que pregonaban algunos amigos con razón: A Curva. Si os parece raro que los devotos peregrinemos a ese local tan sencillo es que o no lo conocéis o no sois devotos. El vino guarda a veces sus secretos donde menos se espera.

Y ya superados los obstáculos burocráticos, Culler de Pau me vuelve a recibir con la misma elegancia, con la misma calma, con la misma ambición. Cocina mayúscula a la que ya han llegado las guías, los reconocimientos, las estrellas y todo lo que suponen, pero que sigue concentrada en los mejores platos y en excelentes botellas. De lo mejor de Galicia casi escondido.

Cada uno de estos días tuvo otra vez su noche en Bagos, con más vinos, con risas, con conversaciones sobre esto y aquello en torno a nuestra afición. Vamos, que ningún día salí de allí antes de las dos de la madrugada, para qué más noche. 

Queda mucho en el tintero porque quiero apretar un mes denso en pocas líneas pero ya está bien, había hecho el propósito de reducir el tamaño de estas entradas, no sé por qué, pero así lo pretendía. Y sin embargo junio se me va de las manos, rebosa cosas que me han emocionado y que me gusta contar. En fin, ahí quedan apuntadas, ya pasadas, expuestas en otras redes públicas, nada que no conozca ya mucha gente, pero me apetecía juntarlas y divulgarlas, sin ningún motivo especial más allá de mi voluntad. 

Y es que a estas alturas no pretendo justificar estas líneas de otro modo, ni explicar mi propia actitud de otra forma, ya son sólo caprichos que me permito, nada más. El tiempo sigue pasando y sobre esto ni me quitará ni me dará la razón porque no es materia razonable. Por eso un día empecé a escribir sobre esta afición y no sobre las demás ni sobre asuntos más serios. Y aquí sigo, un año más, pendiente del avance del reloj aunque sin plazos.