sábado, 27 de julio de 2013

Madrid, caminos que se cruzan (que es otra manera de perderse)



Deprisa, sin mucho tiempo para pensarlo, que hubo que barajar las fechas rápido. Madrid ya me acelera de por sí, provinciano como soy, acostumbrado a ritmos más dóciles, quiero seguirle el paso, no llamar la atención, fundirme con sus calles. Encajo cuatro citas, billetes de tren y en marcha, sin pausa.

Y ahí estoy otra vez, fecha límite para mi tolerancia al calor (finales de junio) y con exposiciones que me interesan en cartel. Buena parte de mis contactos están fuera -casualidad- y algún imperdonable olvido por mi parte (mira que no darle un toque a Mariano, en qué estaré pensando. Pero claro, como  siempre coincido con él fuera de Madrid casi olvido que vive allí), aunque el azar me tenía una buena preparada. 

La primera tarde es la de las compras fallidas, me pierden algunos productos y me apetecía traer algo como regalo. Los pasos erráticos, ¿por qué he ido hasta La Latina precisamente? Me centro, me sumerjo en el Metro, emerjo en Antón Martín y empieza el recorrido, busco un sitio donde picar algo y llevo recomendaciones, pero en Madrid se ha desatado el verano incipiente y la gente se lanza a la calle, llena terrazas, barras y mesas. En La Caleta puedo tomarme malamente una caña y callejeando veo una Pequeña Andalucía en aquella zona. Me quedo con las ganas en el Moratín porque está todo reservado; me causa buena impresión, me apetece probarlo en otro momento, que llegará, espero. Pero se acabó, fuera pautas, a caminar sin rumbo, por impulsos y a dejarme llamar por los bares, que no me cuesta trabajo. En La Dolores me ventilo unos dobles y algún pincho, esto empieza a ser lo que estaba buscando. 

Y de ahí a La Venencia, que es parada obligada. Por favor, que alguien me aclare por qué no he visto esta vez a la gata porque me falta alguien allí. De cualquier manera la mojama y el palo cortado fueron llenando de marcas de tiza el mostrador. Un túnel del tiempo en pocos metros, de los detalles antiguos del local y los parroquianos castizos a la esquina con el chaval que atiende su smartphone y que chapurrea inglés con algún cliente de fuera.

Ligero, que hay bastante que contar. Pissarro en el Thyssen es cercano, una exposición con alma y con carne, aunque la aglomeración de gente le quita mucho. Café con hielo, calor, redes sociales que me reclaman, más velocidad. Al final no lo puedo evitar y a falta de pan... A Cacao Sampaka, que a nadie amarga un dulce, un capricho para mí y un regalo alternativo en lugar del que pretendía. 

Y llega la hora, la que la suerte ha querido. Después de mil intentos le voy a poner cara al amigo del amigo, al contertulio de varios blogs propios o cercanos, a ese valdemoreño que comparte aficiones y firma como Aloque. ¿Existe realmente o es una creación de la imaginación de Compangu? Tiene que existir, porque me ha citado con unos cuantos paisanos suyos más, y estos no pueden haber salido de la mente de... Veremos. La cosa es que precisamente ese día han organizado una comida en Chueca, en el Manacor, y como es una cita abierta hay sitio para mí. Tan difícil vernos antes (y después) y tan propicio ese día. Comidas como las que organizábamos en otro tiempo nosotros aquí, pasando el testigo al siguiente para otra sorpresa (ahí os la dejo caer, "comunidad").

Mesa corrida, ambiente familiar, apuros para ajustar el punto de un arroz para tanta gente... Vino, risas, muchos nombres que ya no recuerdo -me tenéis que perdonar, que soy muy malo para eso- y platos caseros

como unas ricas berenjenas o postres sorprendentes.

La sobremesa permite hablar con unos y otros, poner a cada cual su historia porque de la mía unos cuantos ya conocen bastante. Si va a ser verdad que esta afición hace amigos, ¿no?

Los primeros tragos allí mismo y parte del grupo se retira ya, pero todavía quedamos unos cuantos que vamos a sufrir el calor a una terraza. Mucha conversación gastronómica y viajera entre bromas y a la caza del poco aire que puedan mover los ventiladores. La selección sigue disminuyendo el grupo y ya somos pocos cuando vamos a Del Diego a por una copa bien puesta, con el acento en el hielo, el casi siempre ignorado y esencial para marcar diferencias. 

Más coincidencias, más viajes que nos unen, o la anécdota de la noche anterior -la foto es de entonces- con el mismo borrachín al que encontré otra vez en el Manacor, que el azar también me hizo burla además de organizarme este encuentro. En fin, bares...

Es el punto de inflexión, el momento de la verdad, se van los últimos a los que llamaremos gente seria para entendernos y quedamos los escogidos, los que no perdonamos una. Grandes tipos estos, sin duda. Inquietos, con buena conversación, cine, música, exposiciones, arquitectura, cabe todo. ¿Un cajero? De eso no hay o no funcionan, qué antipática puede ser Madrid cuando se pone. Así que nos hacemos fuertes en La Vía Láctea y vamos correspondiendo ronda a ronda. Empezamos con el local vacío y lo dejamos hasta arriba. Lo siento, yo en lugares así no hago fotos; si no conocéis ese clásico tendréis que buscar por ahí, que hay noticias suficientes. Este local tiene años, tantos como algunos de vosotros (o más, o pocos menos), hay mucha vida aquí. Y hubo mucho rock, todo, variado, para muchos gustos. Son las reglas de Malasaña, ley de unas calles, calles de Madrid. Bastantes cervezas y copas después, charla forzada por el volumen de la música pero grata, visiones curiosas, dejo a los últimos en su coche, rumbo a Valdemoro. Yo, en mi línea, cerrando la sesión. Otra vez no hay cajeros ni el "Búho" que me conviene pasa por allí y de los taxis mejor no hablo. Lo dicho, Madrid se puso antipática entonces, mohína, quizá no le gustaba que se acabase la noche.

A la mañana siguiente, con un poco de sueño como única secuela, acelero otra vez, me espera Dalí en el Reina Sofía, tan mal señalizado como siempre y tan hostil para las personas con algún problema de vértigo, con esos ascensores transparentes y esas escaleras colgadas y abiertas. El edificio es un cajón enorme, con posibilidades, pero no me gusta. Ahora bien, la obra del genial loco de Figueres vale la pena. Una estupenda recopilatoria.


Madrid de extremo a extremo, de norte a sur, deprisa, sin pensarla demasiado, así la quise andar esta vez, improvisada. Me gusta, necesito de vez en cuando la oferta de la ciudad grande aunque no sé si sabría vivir en ella. Poco lujo gastronómico esta vez, que la carta que quería jugar se la he prometido a una amiga y la reservo para la próxima visita. En su lugar, un buen grupo de gente nueva que me ha ganado, para los que van también estas líneas. Me tomo una sidra a vuestra salud en cuanto acabe esto. Gracias por acogerme, os debo una, sobre todo, si venís por aquí.

Las rutas que me gustan, las tiendas que aquí no hay ni hubo (esa calle Barquillo que fue destino del aficionado a la alta fidelidad y hoy es su sombra puede ser el ejemplo), los locales que siempre quiero volver a pisar, aunque esta vez me salté el Central... Caña aquí y allá, alguna tapa como excusa, doy por hecha la comida, un ojo de refilón en la Fórmula 1, esto se acaba. Líneas de autobús, líneas de metro, líneas que apuntan otra vez al 

norte. Madrid me despide, Madrid como Mátrix, pelea, ficción también, ¿es vida o es sueño?, me da igual, me gusta soñar. Me marcho pero estás avisada, pequeña gran ciudad, volveré más bien pronto y tú y yo seguiremos echando ese pulso que siempre mantenemos.

Escritura acelerada como fue acelerada la visita, pero así es el ritmo de la ciudad grande, poco cohesionada, contradictoria, que puedes amar y odiar a ratos. Quería meterlo casi todo en estas líneas y en realidad hay casi nada. Casi, porque hay lo más importante: buena gente, personas interesantes que otra vez he podido conocer gracias a esta afición agradable. La vida sigue y no debemos desperdiciar ni dejar pasar los pocos placeres que pone a nuestro alcance. Va por vosotros, que sabéis quiénes sois. Hasta pronto.





jueves, 25 de julio de 2013

Nota luctuosa

Mi próxima entrada tiene al ferrocarril presente en parte de su contenido. Mi viaje cercano tiene Santiago como destino. Vocación viajera, amor por Galicia y por Santiago en concreto, predilección por ese medio de transporte; demasiadas casualidades para soportarlas ahora mismo con el ánimo templado. Ante el terrible final del viaje del Alvia Madrid-O Ferrol en la tarde del 24 de julio, que se volvió negra, siento dolor. Quiero mostrar mi respeto y mi solidaridad hacia todos los afectados. Todo ello, sin embargo, se me hace nada, se me hace gesto inútil. Y no tengo nada más a mi alcance que pudiera hacer. Va a hacer falta mucha fuerza para salir adelante. Las palabras, hoy, no sirven, no bastan, no alcanzan. Silencio.

martes, 16 de julio de 2013

Presentación de cavas Gramona y cena en La Salgar (Gijón)


Hace unas semanas, y por gentileza de Juan Luis García, actual sumiller de Casa Marcial, pude asistir a la presentación de algunos cavas bastante especiales de Gramona, acompañados de una cena informal en el restaurante La Salgar, "hermano" del de Arriondas y asentado con bonitas vistas junto al Pueblo de Asturias, ese peculiar museo etnográfico que tantas veces permite observar etnografía viva a base de acoger varias actividades, alguna vinculada con la comida y la bebida (véase, por ejemplo, mi entrada del 30 de marzo sobre la presentación de la primera sidra del año). Allí nos presentamos puntuales, con luz para disfrutar de esas vistas, a la espera de lo que nos iban a contar y de lo que íbamos a probar.

Los representantes de la bodega hicieron una exposición sobre su historia y su concepto de estos vinos bastante ilustrativa para reforzar la cata, pero lo importante estaba en las botellas. 

Empezamos comparando dos Gramona III lustros, de 2005 y 2001. 80% de xarel.lo y 20% de macabeo procedentes de la misma viña (La Plana). Sin barrica, sólo el licor de expedición pasa por ella. El 2005 abrió con manzana y anisados aunque se cerró un poco después. Entrada levemente amargosa, carbónico fino, acidez equilibrada. Fue un buen comienzo, aunque enseguida le quitó protagonismo -para mi gusto- su hermano mayor. El 2001 quiso despistar, algo reducido al principio. Notas de manzana oxidada, avellana, recuerdos de champiñón. Estamos ante un cava con cinco años ya desde la fecha de degüelle, atención. La fruta fue saliendo más tarde, limpia y perceptible. Con cuerpo, graso. 

Entre preguntas y explicaciones llegó el turno de los Celler Batlle, en este caso, tres añadas: 2002, 2001 y 1999. El 2002 estaba recién degollado y todavía por desarrollar, por hacerse. Mostró una nariz tímida, con algo de flor blanca, pero se quedó un poco rezagado por la falta de botella. 2001, con año y medio de degüelle, estaba mucho más abierto, también marcaba más carbónico, curiosamente. Fruta blanca madura, fruta de hueso. Muy vivaz y agradable pero esperaba probablemente más complejidad.

La complejidad que desplegaba 1999, con cinco años de degüelle. Manzana en su punto, una nota oxidada leve que no se percibe recién servido sino que se marca al templar. Vira hacia amargo con el tiempo en copa. Un continuo y sugerente cambio de aromas y líneas sápidas predominantes.

Y terminamos con la prueba de dos vinos que aún no están en el mercado, los Enoteca 2000 en sus variantes brut y brut nature. Obviamente falta bastante por afinar y redondear en botella, no deben juzgarse como los otros. En esta prueba avanzada todavía no dan todo aquello que van a ser, y de momento resulta más amable en boca el brut, con dominio de una nota amargosa también, frente a un brut nature sin domar, con nariz "picante", agresiva. Pero esto lo dejo en suspenso hasta que se aposienten, porque generalmente yo prefiero los brut nature y puede que esta cata tan temprana me esté despistando. O puede que no y la vida de estos cavas sea así y me haga cambiar de opinión, es lo entretenido de estas cosas.

Después de catar sin interferencias los cavas principales pasamos a la cena que cerraba la velada, la asociación de platos y vinos que, aunque mal, podéis leer aquí al lado. Bocados informales, agradables, servidos a un ritmo perfecto y bien acompañados por otras elaboraciones de la bodega. Para entonces, repartidos en las diferentes mesas, te pierdes algún detalle interesante, seguro, pero salen también conversaciones derivadas que aportan más detalles. Aunque allí lo principal era disfrutar, rematar con gusto la sesión, no abrir debates sobre crianzas, estilos, comparaciones con otros vinos, territorialidad...

Clásicos de este restaurante, como sus croquetas y sus tortos, abrían el pase. Por cierto, platos simples, populares, cercanos, pero que marcan mucho la diferencia cuando están bien hechos. Y aquí lo están. Esos aperitivos o entradas ofrecieron el contexto adecuado para beber también los cavas más conocidos de la bodega, Imperial o Argent. Este último, más "afrancesado", nunca lo había probado y venció mis recelos hacia la elaboración con ciertas variedades foráneas, aunque tampoco lo pongo por delante del resto. En cambio el Imperial es uno de mis seguros en las cartas que me hacen dudar; si está sé que tendré un buen vino muy versátil.

Dominio de pescados azules, grasos, untuosos, tocados

lo justo por el calor o el marinado, buenos compañeros de mesa para el frescor, el carbónico y la acidez que reinaban en las copas. Como habían apuntado en la charla introductoria, prestan atención a los suelos de su viñedo porque sacan de ellos buena parte del carácter de sus vinos. Estamos ante volúmenes de producción que aún pueden permitir estos detalles.

Íbamos andando por un menú bien graduado, con el riesgo de dejar unas verduras como uno de los principales. Puntos de cocción bien medidos pueden romper esquemas, pueden sacar de la ortodoxia. Se fue desde los sabores yodados y salinos del mar hacia un punto dulce de azúcares caramelizados de hortalizas y carnes, se fue buscando el cava de más músculo a cada paso.

Y así llegamos al final, con bocados sabrosos, vinos agradables y bastante información de la mejor, de la que hace pensar y discutir. Buen trabajo de la bodega en sus botellas, pero también en la explicación y la difusión. Ahora bien, esta sesión tiene algo de magia, de ilusionismo. Y me siento obligado a desvelar el truco porque tiene mucho que ver con debates vivos en el mundillo de los aficionados a los vinos. En realidad la mayoría de lo probado es casi imposible de conseguir, las añadas viejas eran botellas recuperadas por la bodega, que no están ya presentes en el mercado. Aquí podéis aprovechar para sacar el manido tema de la guarda, si corresponde a bodega, a vendedores, al consumidor final o a establecimientos específicos, existentes o potenciales. Y los precios son bastante altos para la mayoría, me atrevo a decir. Otra vez la polémica sobre el equilibrio entre la calidad y lo que pagas por ella. En fin, ahí lo dejo para quien quiera darle más vueltas. 

Por parte de la cocina también fue un acierto la propuesta de menú, en sí y en combinación con los cavas. Nos dejó muy buen sabor de boca. 

Debo felicitar a ambas casas, Gramona y La Salgar, por sus correspondientes méritos, y debo agradecer otra vez a Juan Luis García su amabilidad por brindarme la posibilidad de asistir a esta presentación.




 

domingo, 7 de julio de 2013

III Emoción dos Viños (Tui) y visita a Adega Algueira


He asistido a las tres ediciones celebradas de A emoción dos viños. Gracias al amigo Sibaritastur y a sus contactos fui a la primera y desde ese momento tuve claro que volvería, que aquel era mi sitio. Feria de elaboradores de vino, encuentro de productores que miman su tierra y los frutos que les da, paraíso para los bebedores que buscamos algo más en los vinos, que queremos ver algo en las personas que están detrás, que queremos acercarnos a la raíz. Principalmente -y por imperativo geográfico- cita galaicoportuguesa aunque no excluye a nadie por origen. No conozco otro encuentro con un ambiente parecido; los habrá, pero no los conozco. Simpatía, amistad muchas veces, cooperación, conversación, intercambio; sin atisbo de competencia, de rivalidad, de hacer sombra a nadie. Es algo especial, tiene magia.

Gracias a esas visitas a Tui he conocido a personas excepcionales dentro de este mundillo del vino. He podido probar vinos singulares, ha cambiado mi percepción de algunos y seguramente han contribuido a cambiar mi gusto. Quizá algún día ese influjo de Tui mengüe o pase pero veo lejos ese día, de momento.

Así, un año más el claustro de la catedral ponía el marco noble, solemne, para el encuentro. Esta vez los participantes de fuera de Galicia y Portugal eran más. También éramos más los componentes de esta pequeña expedición asturiana, entregada, ansiosa, dispuesta a probar y a pasarlo bien.

Lo propio es hablar de las nuevas añadas, de los vinos probados, de los elaboradores y sus razones, pero no puedo hacerlo. No puedo porque esta vez mi relación con la feria fue diferente y, aunque muy satisfactoria, afectó a la parte informativa, no probé todo lo que había ni todo lo que quería conocer. Sabía que iría determinada gente a la que quería ver y me dejé llevar por lo que apetece en esos casos: calma. Tiempo para probar los vinos, hablar, contrastar opiniones. Tiempo que no tienes si quieres aprovechar bien la ocasión. Muchos productores, muchos vinos, pocas horas, el tiempo no da para más.

Sólo pude saludar superficialmente a algunos de los que más sigo y tampoco tuve oportunidad de presentarme, de poner cara a otros contactos fruto de estas redes virtuales a los que deseaba conocer al fin. A esto último prometo ponerle remedio la próxima vez. 

Total, que recorrimos con detalle algunas gamas pero fueron pocas, tengo que plantearme otro criterio más pragmático para el futuro. Comentamos los cambios en algunos vinos de X. L. Sebio y probamos varias cosas de las que elabora u orienta. Bebimos los peculiares Algueira, bodega que íbamos a visitar al día siguiente. Probé lo que llevó Xurxo Alba mientras manteníamos una conversación "a saltos". También probé vinos de distintos orígenes mimados por las manos de Dominique Roujou.
  

Nos concentramos especialmente en tres de
los participantes que venían de más lejos: 
Rafa Bernabé, Alfredo Maestro y Samuel Cano. Muy distintos pero con mucho en común, lo que tiene que ver con lo radical de su trabajo, pegado a su tierra, con respeto a la vid/vida de la que consiguen sus vinos, con el afán de que sean una expresión directa y con personalidad específica.

Muchas cosas interesantes, muchas personas con magnetismo, el tiempo dio para lo que dio. Pero lo alargamos. Tui fue también el día anterior, el encuentro y las conversaciones. Fue una comida, de la que hablaré en otro momento. Redes que tejes y que sigues extendiendo después, relaciones, intercambio, aprendizaje. Llamativo que tuviésemos que viajar hasta allí para conocer a otro asturiano que trata de elaborar vino en una zona donde se perdió por completo aunque existió en el pasado. Impagables los detalles sobre Georgia que contó Rafa Bernabé como esencial acabó siendo una frase suya de esa misma noche: "al final, beber y callar". Pues eso, el vino se hace para disfrutarlo. Los análisis, las pruebas, las descripciones son sólo el callejeo enrevesado que nos hará llegar al destino, si nos gusta o no.

Una vez más, muchísimas gracias a todo el mundo que lo hizo posible. A tanto aficionado dándole cuerpo, a todas las personas que trabajaron en el acto, a quienes pusieron la música en vivo, a cuantos llevaron y presentaron sus vinos, y como resumen de todo esto, a las caras visibles de la organización, Antonio Portela y Marina Cruces.

Ya había adelantado que extendimos el viaje, no fue sólo la feria en sí. Al día siguiente, a la vuelta, nos meteríamos en la Ribeira Sacra para procurar empaparnos de ella todo lo que pudiéramos en unas pocas horas. El anfitrión sería Fernando Algueira, todavía fatigado por el trabajo en Tui pero con una paciencia infinita para atendernos.

Fernando es alguien que conoce, respeta y ama la Ribeira Sacra. Y eso lo contagia. Vengo decidido a volver en otro momento -cuidado con la temperatura- con más tiempo para perderme en aquel paisaje y dejar que me hable, tener suficiente intimidad con el mismo.

Fuimos a ver la raíz, donde todo nace, el viñedo. Rápido

porque esperaba una visita, conocimos las dos orillas, la distinta acción del clima, el cambio del paisaje. Vimos lo que significa lo de la "viticultura heroica" en unas pendientes imposibles, donde yo, que tengo problemas de vértigo, ni siquiera pude entrar. Vimos el trabajo previo, el esfuerzo enorme. Y al final eso se viste de modestia y los precios tampoco se disparan. Un ejemplo.

Temporalmente nos mezclamos con la visita del grupo pero recuperamos la conversación con Fernando llena de detalles interesantes. Formas de trabajar, rendimientos, malas prácticas también nos contó, con elegancia, sin acusar a nadie, pero a buen entendedor... Veníamos de ver un viñedo salvaje, vivo, que obliga al viticultor a luchar duro con él para obtener lo que quiere. Veníamos de ver naturaleza sin ataduras aunque también pudimos ver la brutalidad de la maquinaria pesada destrozando suelo y vegetación para buscar el trabajo fácil. No todos los elaboradores son iguales, qué va.

Por eso nos hacía falta sentarnos a hablar y a beber, para completar el relato. La oportunidad de probar sus varietales autóctonos, de que nos explicase lo que da cada uno, cómo le gusta trabajarlos. Sorpresa en algunos vinos con años que se parecen poco a lo que conocíamos de esas mismas uvas. Personalidad.

Nos gustaron, todos encontramos algún vino que podía ser "nuestro vino". Hablamos de muchas cosas, también del día anterior. Hablamos mientras probábamos vinos y mientras comíamos en el restaurante que tiene la bodega

allí mismo. Aunque no fue la comida de unos clientes
comunes me pareció un sitio agradable, que cualquier viajero por la zona puede considerar como parada.

Al final a mí me inoculó la Ribeira Sacra, me quedo con ganas de volver para visitar más cosas, no sólo vino.

Después de dedicarnos unas cuantas horas con paciencia y amabilidad muy grandes nos hicimos con unas botellas (alguna viajará hasta Nueva Zelanda, por ejemplo) y nos pusimos en marcha, había que volver. Cuesta separarse de la magia de Galicia y de su gente del vino, por lo menos a mí me cuesta. Vuelvo con cierta nostalgia, con deseo de volver pronto, de conocer más. Vuelvo pensando que Tui es una cita ineludible, que tiene que estar todos los años en mi agenda. Y que estas visitas a alguna bodega de la zona son parte también de lo mismo, es aprovechar para ver a un amigo de los que participan en todo aquello, cómo no vamos a hacerlo.

Sólo puedo dar las gracias otra vez a todos, nuestros anfitriones, nuestros amigos, nuestra gente, hermanos ya. Volveremos a vernos, pronto.